miércoles, 30 de junio de 2010

Eva


Una alumna me pregunta por Mario. Le contesto con un breve: no lo sé. Es una respuesta contundente porque te da mucha información en muy poco espacio. Pide a gritos una continuación, pero al mismo tiempo cierra todas las puertas. Hubiera estado bien seguir con: ni me importa. Pero no llego a tanto. Aún no. Todavía me importa y ni siquiera sé si quiero que deje de importarme algún día. Resolver esto desde el rencor porque sería como llevar a Mario siempre conmigo de la peor manera posible. Él puede que se lo merezca; yo no.

Redescubro a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, sus deseos antes ajenos para mí, su piel debajo de la ropa. Necesito entrar en contacto con ellos para sentirme parte de este otro mundo.

Qué bien te has tomado tu separación. No, no creo, pienso en responderle. Antes de que me de tiempo a decir nada, ella sigue. Fíjate: una de cada tres parejas se separa después de las vacaciones , y digo yo, ¿no sería mejor separarse antes y no estar amargada en vacaciones también? ¿Te has enterado de lo de Paola…?
Eva te alegra la vida por la misma vía que el televisor te deja somnoliento con noticias intrascendentes y pueriles a la hora de la siesta. Es un fondo necesario. Desentona algo en este bar de ambiente, pero ella no está preocupada por el entorno. No se siente amenazada. Está conmigo, como tantas otras veces, en un bar, tomando algo, hablando sin parar ni llegar a ninguna parte. Me relaja no tener que ser vehemente defendiendo ideas.

Es atractiva. Tiene el pelo con unos rizos naturales que, inexplicablemente para mí, combate planchándolos cada mañana. Me gustan esos bucles que le caen sobre la frente y los que le recogen la nuca. No es muy atrevida vistiendo, pero tampoco parece importarle. Parte de su atractivo radica en una sonrisa social de eterna bienvenida. Es agradable saludarla y estar cerca de ella. Luego, cuando estamos en grupo hablando sobre algo trascendente, ella se ausenta. No interviene. Se queda en un misterioso y asumido segundo plano.
Te da calor y compañía. Es una función importante.

Le pedí que me acompañara y ella me preguntó por el sitio, pero lo resolví con un: no lo sé, ya veremos. … y de pronto, llama por teléfono el ex y la pone a parir… no sé cómo la gente se presta a eso… el público le silbaba… Tomate, tomate, tomate. Siempre será más fácil sorprenderse con la vida ajena que con la propia.

En la barra aún siendo consciente del lugar en el que nos encontramos, está tan pendiente de lo que me cuenta que no gira el cuello en busca de miradas. Creo que es la única con esa actitud. Aquí todas, las pocas que hay a esta hora, parecen buscar consuelo o promesas en otros ojos. En un momento dado, una mirada te echa el ancla. Ya no puedes zafarte. Fantaseas. Procuras evitar la mirada durante el tiempo preciso para evaluar el resto del cuerpo y valorar. Uf, cómo se te notan los pezones. Sí, respondo. ¿Ya no te pones sujetador?. No, ¿para qué? ¿crees que se me van a caer con este tamaño? Me agarra un pecho. Qué envidia. Ojalá yo tuviera esas tetas tan recogiditas. Los pechos de Eva son la envidia de todas sus amigas, esas que le dan el esquinazo acusándola de pelmaza. Para ella, son grandes. Me he depilado el pubis. ¿Completo?, me pregunta encantada por la información tomateril. Sí. Tengo que darme algunas sesiones más, pero no quiero más pelitos ahí. Cómo me gustaría, tiene que ser estupendo olvidarte de esos pelitos que sobresalen, ya sabes.

El tono de la conversación me permite seguir con la lectura de las miradas, cada vez más frecuentes. La chica se nos acerca. Eva la mira como si fuera una camarera que viene a preguntarnos si queremos beber algo más. Hola. Hola, respondemos. Se dirige a mí directamente. Es la primera vez que te veo por aquí. Miro a Eva de soslayo. Se arrellana en el taburete como si estuviera en el sofá de su casa, delante del televisor. Yo es la primera vez que te veo aquí y en cualquier otro sitio. Sonríe. Nos vamos a casa de unos amigos y he pensado que me gustaría que nos viéramos otro día, pero ya eso lo dejo a tu elección. Toma. Me da un teléfono anotado en una hoja arrancada de una Moleskine. La cojo, sin más. Se despide. La tía es directa, ¿eh?. Comenta Eva. Sí, pienso. Por suerte. Ésta se ha creído que eres bollera, ríe abiertamente. Yo la acompaño.

martes, 22 de junio de 2010

Al otro lado de la rutina



Mi día a día está llena de cosas rutinarias. Intento pasar por ellas lo más deprisa posible. Huyo de lo cotidiano como si fuera la causa de mi perturbación. Mario me dijo que no soportaba en lo que se había convertido lo nuestro. ¿Cuánto tiempo llevaría sintiéndose así?. Me quedé mirándolo, callada. No fui capaz de articular ni un solo argumento que demostrara su error.

Meses atrás habíamos decidido incluir en nuestras relaciones sexuales a otras personas. A mí me pareció algo arriesgado, pero accedí. Entre su cuerpo y el mío no había espacio para el temor. Me gustó el proceso. Nos tumbábamos con el portátil en la cama y empezábamos a buscar. Cuando las conversaciones iban por buen camino, conectábamos la cam. Yo no tenía inconvenientes en que se tratara de una chica, aunque me apetecía más que fuera un hombre, pero Mario se negó a esta opción. Tuvimos varios escarceos virtuales pero no concretamos nada más allá de eso, porque no acababan de convencernos. Lo que intuíamos fácil no resultó tanto. Pero nos lo pasábamos bien explorando, jugando. Queríamos a alguien que no pusiera condiciones. Alguien que entrara en una habitación con los ojos cerrados. Sin temor. Dispuesta. En el chat habitual un día apareció Laura. Observamos sus comentarios en la sala. A los cinco minutos estábamos charlando animadamente. Habíamos logrado intimar más que si lleváramos años trabajando juntos. Al día siguiente nos conectamos con cam. Ya era una cita. Me quedé algo impresionada cuando la vi. Era realmente hermosa. Sentí cierto vértigo. Celos, probablemente. Miedo a perder a Mario si seguíamos con el juego. Luego la curiosidad pudo más. Estaba tumbada en la cama, igual que nosotros, pero de lado, apoyando la cabeza sobre su brazo izquierdo. Llevaba puesta una tierna camiseta de ositos sonrientes . Conforme Mario le contaba las cosas que le gustaban, ella abría y cerraba las piernas en un movimiento distraído. Imaginaba cómo se iba humedeciendo. Nos preguntaba lo que quería saber directamente. ¿Qué buscáis? ¿Qué os gusta hacer? Eres muy guapa, me dijo. Tú más, sonreí. En un momento dado, Mario le pidió que se masturbara. Ella se quedó quieta, pensando. Luego respondió con un lacónico vale. Se puso de rodillas en la cama y se bajó las bragas. Se dio media vuelta y se tumbó de espaldas, con las piernas abiertas hacia la cam. Tal y como intuía, ya estaba mojada. Apenas tenía un triángulo de vello perfectamente delimitado. Me hubiera gustado que estuviera completamente rasurada, como yo. Se pasaba los dedos suavemente por los labios externos, luego se masajeaba el clítoris. Muy despacio, sabiendo lo que estaba provocando al otro lado de la cámara. Mario estaba tumbado boca abajo. Noté cómo abría las piernas. Me puse detrás y empecé a acariciarle el culo, subiendo desde el escroto. Abrí la mesilla y me eché un poco de gel en los dedos. Primero me abrí paso con uno. Entró suave y sin resistencia. Él abrió las piernas más. Se puso una almohada en el vientre para que su trasero quedara más alto y facilitar así la penetración. Con la otra mano le cogí la polla. Tenía una gran erección. Incorporé otro dedo y él gimió, pero no dijo nada. Me entraron ganas de tener un pene para follármelo. Se los metía despacio y luego, dentro los giraba, tal y como le gustaba. Cuando jugueteaba en su interior, notaba en la otra mano los latidos de su miembro, descender por las arterias hinchadas. Le di la vuelta con violencia y me senté encima. Al otro lado de la cámara, Laura se movía ya con claros signos de estar a punto de llegar. Elevaba sus nalgas al compás que le marcaban sus dedos, apretando los muslos en torno a ellos. Mientras la miraba oleadas de vaivén me transportaban hacia el país de las maravillas.

Recuerdo cada detalle de esa primera ocasión. Me he masturbado más de una vez con esa imagen en mi cabeza, pero luego siempre he acabado llorando desconsolada. Me voy al despacho y me siento delante del portátil. Miro en la papelera un papel retorcido por el miedo. Cojo el teléfono, marco un número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar...

jueves, 17 de junio de 2010

La chica del bar



Recogí la nota con el teléfono de la papelera. La había doblado a conciencia. No quería saber qué me estaba pasando. Actuar, sin más. Marqué el número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar... Sí, claro que te recuerdo. Creí que no llamarías. ¿Te apetece si...?, le pregunto quedamente, apenas sin voz, con una timidez autoimpuesta. Claro. Ven ahora. Demasiado deprisa todo, pienso. Qué más da. Dejarse llevar. Dejo una pausa. Bien, voy. Quedamos. Me ducho. Decido no llevar ropa interior. Me pongo una falda negra de media pierna. Unos tacones no demasiado altos. La blusa sin mangas con el escote adecuado. Abro la mesilla y veo el gel lubricante. Me viene una imagen de los tres. Yo detrás de él, con los dedos untados. La corto. Dudo si cogerlo o no. Finalmente, lo echo de un manotazo dentro del megabolso.

La miro en la puerta recién abierta. Parece un suspiro de aire fresco. Lleva una camisa blanca y unos vaqueros más rotos que enteros. Descalza sobre la tarima flotante inmaculada. ¿Vas a pasar?, pregunta. Perdona, sonrío. Nos damos un par de besos formales. Quiero que todo vaya más deprisa. Estoy nerviosa y ella lo nota. ¿Una copa?, ofrece. Claro. Me llamo Marta. Alicia. Es raro esto, ¿no?, pregunto tontamente. Bueno, un día decidí trasladar mi desverguenza en el chat a la vida real. Sonríe. Tiene una sonrisa encantadora. El único problema son las convenciones, continúa. A ti parece que no te han afectado, ¿no Alicia?. Llámame Ali. La veo segura de sí misma. Me gusta la sensación. Cualquier otra actitud me habría defraudado. Quiero mostrarme sumisa. Dispuesta a ser guiada. . No, es verdad, hace tiempo que no me afectan, respondo apurando la copa. Tengo los labios mojados, ella los mira, luego me coge la mano. Estamos sentadas en dos taburetes, sobre la barra americana que separa la cocina del comedor. Tienes unas manos preciosas. La otra noche me fijé. A él le gustaba que tomara la iniciativa. Ahora hago lo contrario siempre que puedo. Dejo el trabajo de seducción al otro lado del corazón. Se inclina hacia arriba y me besa suavemente en los labios. Le respondo y entonces prolonga el beso, juega con la lengua buscando la mía, penetra y yo se la ofrezco. Su boca abierta se centra por fin en los labios. Los muerde con los suyos, le pasa la lengua. Un cosquilleo eléctrico me llega hasta los pezones. Tienen una conexión directa con los labios. Noto su mano sacarme la camisa por detrás de la falda. Meterla acariciándome la espalda, luego la va pasando hacia los pechos. Los aprieta. Noto calor. Se separa. Ven, me dice cogiéndome por la muñeca, decidida. La habitación está separada del comedor por un pequeño pasillo que se me hace interminable. Echa hacia atrás la colcha. La miro desnudarse, pero espero a que me quite la ropa. ¡Vaya!, exclama al ver que no llevo nada debajo. Venías preparada. No quiero hablar. Me tumba, se echa sobre mí, de lado. Abre las piernas y las mete entre las mías, apretando. Yo las abro completamente, pero luego tengo necesidad de cerrarlas sobre las suyas también. Entonces se levanta. Espero. Se sienta a horcajadas sobre mi cara. Veo cómo abre su coñito húmedo sobre mi boca. Saco la lengua, lo saboreo. Me siento rara, pero me da igual. Pongo mi lengua a su disposición. Ella desplaza su sexo sobre el apéndice. Gime. Abarco sus nalgas con mis manos. Cierro los ojos. Todo sucede agradablemente lento.

jueves, 10 de junio de 2010

Manuel


Soy una Alicia desconocida. Vivía en el país de las maravillas y he cruzado el espejo en la dirección inadecuada. Quizá me empujaron sin contemplaciones. Da igual.
Manuel, un compañero me advierte sobre Lola. Me ve vulnerable. Va a por ti, ahora que sabe que estás sola, va a por ti. Ten cuidado. Me hace gracia. Lola es de todo menos sutil. No oculta sus intenciones. Ella dice que Manuel es un pichatriste. Realmente tiene pinta de pusilánime. Sin embargo, él tampoco muestra inconveniente alguno en aprovechar el estado de brazos caídos que me atribuye. Se acerca agazapado tras las buenas intenciones. Hace unos días me hablaba, ahora me habla y me toca. Va avanzando, midiendo. Caricias travestidas. No me disgusta. Tampoco hace latir mi corazón esperanzado. Lo dejo avanzar. Sentir, pensar. Me quedo con sentir. Mira mis pechos. No llevo sujetador. Tiré las fotos, la vergüenza y el sujetador. Tengo unos pechos pequeños, pero unos pezones grandes. Antes me avergonzaba porque con el roce de la blusa se me ponían erectos y llamaban la atención. Ahora la vergüenza es una atadura que no estoy dispuesta a soportar. ¿Cómo estás hoy?. Pregunta. Me apetece que me consuele. Mal, digo cerrando los ojos. Comienza el baile. Coloca una mano sobre mi hombro. Me acerca, casi susurra. Puedes contar conmigo. Mi muslo queda entre sus piernas. Noto su pene. Él no se retira. Tampoco hace ningún otro movimiento. Investiga si ha sido fruto de la casualidad. Yo hago un gesto ambiguo con la cadera. Un roce que dibuja más claramente su miembro sobre mi pierna. Noto ligeros movimientos. ¿Tendrá una erección? Quiero que suceda. No sé cómo ha podido dejarte. No respondo. Eres tan agradable. Me aprieta suavemente y entonces se acentúa la presión. No hago nada por evitarlo. Él tampoco. Sigue confundido. Noto que comienza una erección pero entonces se retira un poco, temeroso. Yo no lo busco, pero me apetece abrir mis muslos, meterlos entre sus piernas y frotarme. No sé si es adecuado. En esa eternidad que sobrevuela el despacho los dos, la voz de Lola desde la puerta nos devuelve a la cotidianeidad.

martes, 1 de junio de 2010

Ana



Después de la ruptura, mis amistades se aprestaron a apoyarme. Yo los dejé ejercer su tarea impagable. Una vez un psicólogo me dijo que en situaciones como esta había que desenroscar la cabeza y dejarse llevar. De forma que ahora no sabría muy bien poner en pie los sitios, las conversaciones, los roces, las intenciones,.. Estaba aunque no era. Cuando tienes el laberinto en la cabeza es difícil disfrutar del momento. Reduje las expectativas y puse el cuerpo lo más arreglado que pude a disposición del personal. No falté ni un día al trabajo. Apenas comí ni dormí, pero no abandoné. Mi compañera se veía más libre para coquetear conmigo abiertamente, para abrir brecha entre él y yo, por si quedaba alguna esperanza.


Si tuviera que describir lo que más me ayudó tendría nombre de amiga. Aunque tuvimos durante un tiempo juegos en forma de trío con una desconocida, yo no había sentido nada más allá de lo que me proporcionaba en esos momentos. Pero desde que salí del apartamento de Ana, el proceso de desenredar la madeja se fue quedando aparcado a favor de unas emociones que no imaginaba poder tener.

Iba por la calle con unas ganas locas de llamarla. Aguanté el tiempo suficiente para llegar a casa, ducharme y tumbarme en la cama relajada. ¿Qué había significado aquel beso? No me atreví a preguntárselo directamente. Sólo le dije que me había hecho sentir muy bien, que al menos ahora me sentía de manera diferente, con pensamientos diferentes, confusa pero contenta,...blablabla.... ella escuchaba. Yo quería que me dijera algo, pero apenas asentía al otro lado. Perdona, no te dejo hablar. No me atrevo, dijo. Un silencio. ¿Y ahora?, pregunté. Me da miedo perderte como amiga. En todo caso, seremos amigas y lo que queramos ser además. De pronto, me descubrí con ilusión. No sé si por ella o por tomar conciencia de que podría volver a amar, a sentir,.. Nos vemos mañana. Sí, claro. Un beso. Chao.


Me quedo tumbada en la cama, con el albornoz y mi cuerpo a medio secar. Imagino cómo serán esos labios bajando suavemente. Abro las piernas esperando a que lleguen. Él sabía cómo me gustaba. Conocía los ritmos, el momento en que me gustaba sentir su calor. Los dedos húmedos entrando despacio. Mezclo los deseos con los recuerdos. A ella con él. Él, qué lejano, qué cerca aún.