viernes, 9 de julio de 2010

Laura (II)



Llevo un traje negro ajustado, con escote generoso en uve. Un par de perlas de pendientes y un collar a juego. Lola me pregunta por qué me he puesto tan sexy para una conferencia, que voy a distraer a todo el mundo, que nadie se va a enterar de lo que voy a decir, que… Mientras va soltando la retahíla me manosea, dibujando mis curvas con sus manos. Estás impresionante. Deberías pensártelo. Te aseguro que no vas a encontrar una lengua como la mía, me dice acercándose al oído. Lola, corto, no sé si sabes que dentro de unos minutos tengo que estar lúcida para hablar. Bah, ¿crees que van a estar despiertos? No le hago caso . Me quedo seria. Ella lo nota. ¿Necesitas algo más? No, lo tengo todo, respondo. Lola es administrativo, muy buena trabajadora, salvo que las emociones la turben y las emociones necesitan hacer poco esfuerzo para conseguirlo. A veces, la dejo acercarse más de la cuenta y eso probablemente la confunde. No estoy por aliviar confusiones a nadie. Más bien al contrario.

Entro en el aula. Está casi vacía. Es un poco frustrante. En la mesa de ponentes veo a Fran, un colega que se va a encargar de la presentación y luego de moderar la mesa redonda. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata rojo tostado. Un clásico. Mi vestido, en cambio, es casi improcedente para esta hora de la mañana. Me pregunto si habría elegido el mismo si no me hubiera llamado Mario. Mala señal.
Subo. Saludo a Fran y mientras converso con él miro de soslayo la platea. No los veo. Me tranquiliza. Igual se ha arrepentido a última hora. Los demás ponentes me han dicho que comenzaras tú, si no te importa, que luego ellos se incorporarán. Definitivamente, soy imbécil.

¿No tienes pareja? Le pregunta Mario, nada más probar el primer sorbo de cóctel. Ella se queda en silencio un instante. Se reclina sobre el sofá. No, ya no. O sea, ¿que hasta hace poco sí? Muy poco. ¿Y a él le gustaba chatear con cam…? ¿Por qué piensas que era “él” y no “ella”? Mario se ríe. Perdona, llevas razón. Laura sonríe también. No te preocupes. Era “él”, sí. Llevaba tiempo engañándome con una compañera del trabajo. Me estaba volviendo loca porque veía indicios por todas partes pero él los negaba. Ya no sabía qué era o no cierto. Husmeaba en su cartera, en su móvil, en el correo,.. necesitaba asegurarme para no seguir así. Pero era peor. Fueron unos meses muy desagradables. De construcción del desamor. De pronto, Laura parece un juguete roto. Imagino que esto que hace, estar aquí, a merced de dos desconocidos, es una especie de viaje a ninguna parte, una huída hacia delante,… Me prometo no caer en lo mismo si llega a sucederme a mí. No, eso no ocurre en el país de las maravillas. Son cosas de fuera. Ilusa.

Estoy sentada a su lado. Mario está en el otro sofá. La abrazo intentando consolarla. No te preocupes, me dice. Recobra la entereza. Ahora estoy bien. Lo peor es la incertidumbre. Una vez aclarado empiezas a mirar para adelante. Ésta está en tratamiento, pienso. Le doy un beso en la mejilla. Ella me pone una mano sobre la rodilla en señal de agradecimiento, entonces le giro un poco la cabeza con mi mano y la beso de nuevo en los labios. Su boca. Me pide que me adentre, como esas puertas con el letrero de prohibido el paso. Humedezco su labio inferior con los míos, luego lo atrapo, lo muerdo. He perdido el miedo. Es como si ya nada importara. Responde al beso. Con la mano comienza a acariciarme el muslo, abro un poco las piernas para que siga, para que avance. Quiero notar sus dedos adentrándose. Pero se queda ahí, acariciando tibiamente mi muslo. Me separo y la miro. De pronto tengo la sensación de que está algo incómoda. No me da tiempo a comprobarlo. Sin darme cuenta, Mario se ha levantado y está detrás de ella. Deja caer los finos tirantes sobre los brazos y le baja el vestido. Laura se levanta y lo deja caer al suelo. Se queda en bragas delante de mí, mostrándome su cuerpo níveo. Unas bragas rosa, de Victoria’s Secret, con ribetes de encaje y un pequeño lazo blanco roto dibujado encima del pubis, pidiendo que lo deshaga para abrir el regalo. Pequeñas venitas azules asoman desde este piel arrogantemente tersa. Acerco mi boca a su vientre. Huelo. Lo acaricio. Las manos de Mario aparecen. Le baja las bragas. Entonces él se levanta también, la coge de la mano y la conduce a la habitación. Yo voy detrás. No hablamos. Los veo desnudos, por el pasillo, meterse en el cuarto. El estómago me lanza otra señal extraña. Me llama desde el miedo. No hago caso. Entro también.

Mario la ha tumbado boca abajo. Le separa las piernas. Laura se deja hacer. Empieza a mordisquear su culo. Luego se humedece el dedo y echa saliva en su ano, lo abre con una mano y le va metiendo lentamente el dedo. Justo lo que le gusta a él, pienso. La está poniendo a prueba. No se queja, tiene la cara vuelta sobre la almohada. Los ojos cerrados. Mario le mete el dedo entero. Esta vez sin contemplaciones. Lo veo cómo lo mueve dentro. Tiene una erección imponente. No quiero que la desgarre. Ya lo viví una vez y no me gustó. Me acerco a la mesilla, saco el bote de lubricante y me lo echo en los dedos, lo aparto un poco y él, cómplice, cede. Echo un buen chorro sobre su culo. Lo extiendo. Me pone más caliente saber lo que le voy a hacer. El dedo entra bien. Tengo la sensación de que no es la primera vez, pero no quiero romper el silencio con una pregunta. Meto dos dedos, arrastro el lubricante por toda la pared del ano. Es el mismo juego de Mario. Luego tres. Calculo el grosor de su polla. Laura se encoge de dolor. Me apetece darle unos azotes, pegarle. Una extraña sensación. Luego me siento culpable por esos pensamientos, no sé por qué. Mario me agarra la cabeza. Mójamela, me pide. Me inclino, me meto el glande entre los labios y voy avanzando. La desplaza sobre mi lengua que la acoge húmeda. Está ardiendo. Le agarro el culo y acerco un dedo a su ano mientras voy introduciendo su polla hasta donde puedo. Despacio. Se la lleno de saliva. Me aparto. Le abro el culo a Laura con las dos manos. Mario se acerca y pone su glande a la entrada. Veo cómo el lubricante va ejerciendo su función y facilita el paso. Laura gime. Esta vez le duele. Cuando entre el glande todo será más fácil, iamagino. Mario no puede contenerse, de una embestida se la mete entera. Laura grita. Él se queda con la polla dentro, sin moverse, queriendo llegar más profundo aún. Se tumba ligeramente sobre ella, apoyándose con los brazos extendidos para no caer encima. Abre las piernas ofreciéndome su culo. Sé que quiere que me ponga detrás de él, que le meta el consolador hasta dentro, pero a mí me apetece otra cosa. Sigo teniendo la boca de Laura en mi mente. Me acerco a su cara. Hago que los dos se echen un poco hacia los pies de la cama, para dejarme sitio. Me pongo sobre el cabecero, apoyando los hombros sobre un par de almohadones. Me quito la camiseta y me quedo desnuda. Abro las piernas y le levanto la cabeza a Laura. Cerca de mi sexo. Acerco los dedos que hurgaron en su culo a su nariz y su boca. La abre y se los meto dentro. Otra prueba. Ella los chupa. Los relame. Me pone muy caliente. Se los saco y cerquita de su cara comienzo a metérmelos, a masturbarme. Los saco y vuelvo a dárselos para que pruebe mi savia. Saca la lengua y la pone a mi disposición. Los dedos sobre la lengua y su boca abierta. Mi posición y su aspecto de fragilidad me hacen sentir dominante, con ganas de follarme su boc. Me dejo escurrir un poco, hasta que mi coño queda a su altura, entonces noto su lengua cálida sobre mi clítoris. Mario empuja cada vez con más fuerza. Veo cómo se la saca entera y vuelve a meterla. En cada ocasión se repite el tono de dolor de Laura. El lubricante va desapareciendo, Mario se excita ante la sensación de dolor, de sequedad, de penetración. Ella aguanta, lame, muerde mis labios abiertos y mojados y luego pasa la lengua por donde antes estuvieron los dientes amenazantes. La introduce, subiendo, resbalando por esa eterna pendiente. No puedo soportarlo, necesito que haga algo más. Aprieto su cabeza, noto cómo sus dedos comienzan a entrar y salir, a follarme con decisión,.. quiero que Mario me la meta. Laura está entre los dos.

A punto de comenzar, con la sala apenas por la mitad, caras de estudiantes y colegas insomnes. Fran está hablando de mis méritos para estar allí. No serán tantos cuando me han dado esta hora, pienso. En ese momento aparecen los dos. Él la lleva de la mano, como aquella primera vez que los vi adentrarse por el pasillo. Escucho: …cuando quieras… Alicia… ¿Alicia?... cuando quieras. El eco de la voz de Fran se pierde en la lejanía.

martes, 6 de julio de 2010

Laura (I)



El sábado participo en unas Jornadas en la Universidad. Tengo una ponencia a primera hora. Estoy en el salón, con el portatil, dando los últimos toques a la presentación de power point. Me vienen bien estos ratos de completa abstracción. Cuando iba a la cocina a preparar un tentempié suena el teléfono. ¿Ali? Es Mario. ¿Ali?, repite. Me entran ganas de llamar a W para que me diga qué tengo que hacer.Sí, digo. No pretendo ser distante, simplemente no articular nada más complejo que un monosílabo. He visto que participas en las Jornadas del sábado… Llamo para preguntarte si te molestaría que fuera… En realidad, le interesan las Jornadas en sí. No quiere que me sienta violenta. Empiezo a justificarlo. Será una cabeza más entre todas las que no veré. Me sorprende que sea capaz de racionalizar este momento. Ante mi silencio, continúa. No voy a ir solo. Pienso. ¿Laura?. Sí, responde.

No habíamos preparado nada especial. Apenas hablamos del tema. Sólo dejamos que pasaran las horas hasta que se presentara. Para mí era la primera vez, para Mario no. Me quedé con una camiseta blanca desgastada suya como único vestido. Él lleva un pantalón de lino gris anudado a la cintura y una camiseta negra de Médicos sin Fronteras. Ambos descalzos sobre el parqué. Lo miro cuando se dirige a abrir la puerta. Está impresionante. Al otro lado aparece Laura. Extiende el brazo. Trae un tulipán amarillo y una sonrisa acogedora, entre tibia y trémula. Nos encantan los tulipanes, gracias. Lo sé, me lo dijo Ali. Busca mi mirada cómplice por encima del hombro de Mario. No queríamos que se sintiera incómoda, pero personalmente, yo tampoco sabía cómo librarme de mi propia incomodidad. Mario facilita las cosas. Tiene un don para hipnotizarte desde el primer momento. Te cautiva. Habla de ti, no habla de él. Sin darte cuenta apenas, lo tienes dentro, luego cuesta vivir sin esa sensación, más tarde lo he sabido. ¿Estás nerviosa? Sí, responde quedamente. La verdad es que bastante. No es lo mismo... Ya, alivia Mario, pero no es la primera vez, ¿no? Sí, dijo. Hasta ahora sólo he tonteado por el chat. Vosotros... No, dice Mario. Para nosotros también es la primera vez, miente. Para él no.

Laura trae un vestido de Desigual, corto, muy escotado. Un pachwork que invita a la confusión. Se muestra tímida, pero no sé si es una pose. ¿Puede una chica tímida presentarse en casa de una pareja de desconocidos dispuesta a todo? No creo. Se siente en territorio ajeno. Mario la nota insegura. El olor a inseguridad atrae a los varones más que las feromonas. Veo crecer su confianza sobre los gestos temblorosos de Laura. Me siento fuera de sitio. Los dejó sentados en el sofá mientras me marcho a la cocina, a preparar una jarra de mojito. Cuando salgo a pedir ayuda los veo besándose. O mejor. Mario besando a Laura. Eso me pareció. El estómago me dispara una señal de aviso. ¡Laura!, interrumpo, ¿me ayudas? Claro. Deja las sandalias de gladiadora en el suelo. Miro sus pequeños pies, sus uñas pintadas con pequeñas margaritas. Viene descalza. Parece más segura. El beso la ha ayudado a relajarse. ¿Te importa picar hielo? Tienes una casa muy bonita. Gracias. La dejo que gestione los silencios. Es cómoda, sigue. Estoy un poco cortada. Es normal, sonrío, creo que sólo hay una forma de arreglarlo. Me acerco. Ella no se mueve. Tomo su cara entre mis manos. Soy bastante más alta. Coloca las suyas en mi cintura. ¿Has besado antes a una mujer? No. Yo tampoco, acierto a decir. Muerdo su labio inferior, carnoso y tentador. Noto sus pezones crecer bajo los círculos concéntricos de su vestido. Baja sus manos hasta el filo de mi camiseta y las sube por mi culo desnudo. Me aprieta hacia ella, entonces noto su lengua buscar la mía. Tiene un aliento fresco, no es artificial. Es una sensación agradable. Sus labios son más suaves que los de Mario, más húmedos. ¿Te ha gustado? Sí, dice bajito. Se acerca y vuelve a besarme. Ahora que la he probado, no me separaría de tu boca en toda la noche,. Ese comentario me pone más caliente aún. ¿Y ese mojito? la voz de Mario nos reclama desde el salón. Me alegro de conocerte, dice antes de volverse a picar el resto del hielo.