lunes, 24 de mayo de 2010

Antes



Él me dijo que se sentía “aplastado bajo la rutina”, se me quedó mirando a la espera de que le diera la solución que no se atrevía a plantear, pero me quedé callada. Esperé y él se retorció un poco. Siguió dando vueltas a lo que quería decirme. Cuando lloraba al día siguiente sobre el hombro de mi amiga, esa que siempre tiene un hombro disponible, seguía sin entender por qué la rutina se cae encima de una cama y sólo sepulta a uno. Tú no tienes la culpa, me consuela mi amiga. Qué más da. ¿A ti te aplasta la rutina?. No. responde ella. Yo no tengo tiempo para la rutina, eso le ocurre a los hombres, nosotras tenemos todos los roles ocupados. La rutina es cosa de hombres. Me hizo reír. Mi amiga me hace reír, me consuela, me abraza, me llama cuando hay un concierto en cualquier sala en Sevilla, me llama para decirme que los pájaros están anunciando la primavera y para contarme cómo se cortó con el cuchillo intentando hacer bronoise con el tomate. Por qué duele, entonces, romper aquella otra cosa tan distante a estas que me hacen sentir bien. Se lo tendré que preguntar a W.

Mi amiga prepara un café bien cargado. Se supone que tendría que preparar una tila, pero ella sabrá. Se echa para atrás en el sofá soplando su taza humeante. Yo suelto la mía y tumbo mi cabeza sobre su pecho. Noto su corazón latir. No lleva sujetador. Me acaricia suavemente la nuca. Cierro los ojos. ¿Rutina? Hace menos de un mes estábamos tumbados junto a otra chica sobre la alfombra. La habíamos conocido por Internet, o más bien la conoció él. ¿Rutina? Encuentro completamente desordenada mi vida, como si todas esas cosas cobraran ahora otra dimensión. Mis pensamientos van y vienen. Vuelven con las sensaciones placenteras de la piel suave, tersa, del pecho de mi amiga. Con los pezones al alcance de mis labios, con un temor que se me antoja mutuo. Noto como suelta la taza y me besa en la frente con ¿ternura?. Vuelve a besarme. Yo la dejo hacer, pasivamente. Me levanta la cabeza entre sus manos y besa mis labios, primero cerrados. Repite. Esta vez dejo la puerta entreabierta. Ella la cruza.

viernes, 21 de mayo de 2010

Alicia en su casa


Hoy me voy a lanzar a una nueva aventura. No sé cómo saldrá pero no me voy a quedar sin probarlo. Ayer también salí buscando aventura. También era una actitud nueva. No era nuevo salir con algunas amigas, abiertas a cualquier posibilidad. Lo nuevo era que estaba dispuesta a arriesgarme más. Una compañera del trabajo lleva un tiempo tirándome los tejos. La rehuyo, pero debo reconocer que a base de tontear y de intentar seducirme me ha creado curiosidad. Me he preguntado cómo me sentiría. Fantaseo y la imagino desnuda y eso me excita hasta el punto de llegar a masturbarme más de una vez.


El lunes pasado me preguntó en el ascensor si me hacía la depilación láser. Prácticamente sin darme tiempo a responderle me dijo que a ella lo que le gustaba es que le rasuraran el vello púdico, que la ponía caliente tener las piernas abiertas, sin trapitos, mientras otra iba pasando la cuchilla lentamente y de vez en cuando levantaba una parte del vello, alrededor del clítoris... Y así, yo callada sin saber qué hacer, sin saber si decirle que me lo estaba imaginando o que parara, que conmigo no había nada que hacer. Luego, en cuanto llegué a casa, lo solté todo y me fui a la bañera deseando tocarme recordando e imaginando que se lo hacía.


Así que después de un par de semanas de apertura mental, ayer salí dispuesta a probar. No soy capaz de salir sola. Me acompañó una amiga que se pasa todo el tiempo hablando de cosas intrascendentes y nos reímos mucho. Se viene a dónde le diga y eso me viene bien. Yo soy de las pocas que quieren salir con ella, así que el favor es mutuo. A veces ligamos las dos. Ella está algo gordita pero tiene unas tetas perfectas. Más de una vez se las he cogido porque son muy llamativas, pero no me pone. Ella es completamente heterosexual y yo creo que yo también. No tengo confianza para hablar con ella de lo que me está ocurriendo en el trabajo, creo que no lo entendería. No sé.




Me preguntó a dónde íbamos, pero no se lo dije. Cuando aparcamos se quedó extrañada. ¿Este no un pub de ambiente? ¿Ah, sí?, le respondí con cara de extrañada. ¿Y qué más da? ¿No venimos buscando ambiente? Nos reímos. Entramos. Pagamos un poco la novatada porque se ve que a esa hora no suele ser la habitual. Esta es una ciudad pequeña, aquí las cosas van de una manera determinada y las costumbres, aunque sean políticamente incorrectas, son difíciles de modificar. Entre las pocas personas que había me llamó la atención que la mayoría no hacía más que mirar a los demás. Esas miradas que son conversaciones enteras. Igual que las que yo lanzaba. Estoy un poco violenta, me dijo mi amiga, que intentaba hablar en su tono habitual y sobre los contenidos de siempre. Vale, nos vamos, una copa y nos vamos.




Si estás en un sitio así todo parece más fácil. Eso me parecía. Vi a una chica bajita que no paraba de mirarme. Estaba acompañada, igual que yo. Inevitablemente nos cruzamos una y otra vez la mirada. Deseaba no encontrarme sus ojos para poder explorar su cuerpo con tranquilidad, pero no fue posible. Ella sin embargo parecía no tener pudor en desnudarme y analizar talla y posibilidades. Le dijo algo a su compañera y de pronto la veo venirse hacia nosotras. Me temblaron las rodillas.




Ahora estoy aquí, escribiendo esto, con una nota con su teléfono al lado. Dudando.