lunes, 31 de enero de 2011

Escribe un blog




Laura se tumba exhausta a mi lado, dejándome entre ambos. Se acurruca sobre mí, pone su muslo desnudo sobre el mío y acercándose a mi nuca me susurra: ¡Qué suerte tienes! Cierro los ojos y me dejo invadir por la sensación de agotamiento. La mano de Laura se desliza indolentemente sobre mi vientre. No tengo fuerzas. Mario está a punto de quedarse dormido, oigo su respiración hacerse más profunda. Hace un momento, su polla penetraba a Laura, abierta sobre mí, mientras yo mordisqueaba sus pezones. Ambos son capaces de aguantar un buen rato de embestidas. Mi mano pasando entre sus piernas y las mías, se alargaba hasta su verga para sacarla y sentirla untada, nervuda, escapándoseme entre los dedos para volver a penetrarla. Ahora noto esa sensación que vuelve a excitar mi mente, pero yerta ya sin capacidad para reanimarme. ¡Qué suerte tienes!, retumba en mi cabeza.

Walden me mira serio. Por mucho que busques, las respuestas no están en tu cabeza, me dice. Lo sé, respondo triste. Puedes prolongar esto todo lo que quieras o… dame tu teléfono. Saco el teléfono del bolso como una zombie. Confío. Sé que necesito hacer algo que me saque de este perpetuo ir y venir. Marca el número. Suena la llamada. Otra vez. ¿Sí? La voz de Mario. Hola. articulo con dificultad. No me sale el aliento. Un breve silencio. No esperaba que llamaras, me alegro. Suena convincente. Me gustaría hablar contigo, ¿puedes? Claro. Ya está, le digo a Walden al mismo tiempo que cierro la llamada ¿Y ahora? No sé,.. ahora es tu turno.

Evitamos los sitios conocidos, los lugares habituales. Mario se ha sentado a mi lado y me hace sentir extrañamente incómoda. El mismo cuerpo junto al que no hace mucho podía estar en silencio, tranquila, ahora me incita a hablar, a romper la distancia con las palabras. Llevo tiempo dándole vueltas a esto y he llegado a la conclusión de que igual sería más fácil que me lo aclararas tú. ¿Te refieres a lo nuestro?. Toma un sorbo de café. Claro, me dice. Pero ya hablamos de ello, ¿no? Ah, sí. Las rutinas. Mi voz suena cínica. No quiero que esto se convierta en un espacio lleno de reproches, no tendría sentido. Él no ha respondido. Sigo. Ahora estás con Laura, volverá la rutina, ¿harás lo mismo? No lo sé, mira su taza, no quiero pensar eso, no lo pensaba contigo… luego… Luego apareció Laura, corto seca. Observo cómo mis intenciones se van alejando del resultado. Creo que lo único que has hecho ha sido racionalizar la ruptura, decirme: no es tu culpa, no es la mía, es la rutina que mata las relaciones. Una mentira cruel. Está callado mirándome, serio. No se atreve apenas a balbucir…Yo…

Por primera vez lo veo claro. Es así de simple. Cómo iba a ser Mario como esos otros… Lo idealicé. Estuvo bien, no me quejo. Fue intenso. Busca emociones permanentes. Probablemente es un inmaduro travestido de intelectual. ¿Eso es lo que piensas?, me pregunta. Su mirada es una mezcla de reproches y de Gin-Tonic. Sí. Ningún otro pensamiento me va a sentar tan bien. Cuando dejé a mi novio por ti se lo dije: me gusta otra persona. Se lo tomó mal, pero no tuvo que especular durante meses buscando fantasmas. Un largo silencio. Estoy a punto de marcharme. Laura… Laura, repite, se sentía celosa. ¿Celosa?, grito. La gente me mira. ¡Mosquita muerta de mierda! Se acabó todo el talante. El resto tuvo poco que ver con lo que me gustaría recordar de mí. Mario aguantó. No dijo nada más. Esperó hasta que me marchara. Esta vez no volví la vista.

Entro en la consulta con la triste certeza de que será la última cita. Me encuentro bien. La ruptura parece lejana, no me resulta ajena ni tampoco deja de provocarme emociones, pero las ubico en el sitio adecuado. El futuro aparece despejado. Me siento. ¿Qué película has visto últimamente?, me pregunta. Charlamos un rato de cine. Un silencio. Ya hace un par de meses que no nos vemos, ¿sigues bien? Mejor que nunca, pienso responderle. Luego me da un poco de reparo esa respuesta porque supondrá abandonar este espacio tan personal. He fantaseado tanto para montar otra vida más transitable que a veces, le digo, he llegado a confundir las cosas y ya no sabía qué era o no real. Me ha ayudado a hacer llevadero este proceso y ahora me cuesta dejar ese otro universo también y la consulta,.. Walden escucha, esta vez no me cuenta ninguna historia, habla poco. Recoge todo, dale forma,… escribe un blog.

martes, 28 de diciembre de 2010

No pares





Todo ese razonamiento está muy bien, pero yo creo que tu promiscuidad, en realidad, es una huida hacia delante. Se calla esperando a ver mi reacción. Es posible, ¿importa? ¿Por qué tiene que haber una forma correcta de vivir la vida?, le planteo. Ana acerca su cara a la mía. Me habla al oido. Esto me recuerda una escena de “El último tanto en París”, los dos entrelazados, ¿recuerdas?. Sí, claro. Me gusta cómo has preparado todo esta tarde. El agua de la bañera está muy caliente. Las sales llenan de aroma el cuarto y entre la espuma aparecen y desaparecen sus pechos. Le doy un beso en la mejilla. Coge la esponja y empieza a pasármela por la espalda. Me apoyo sobre su hombro. Le suelto el pelo. Qué más da, vuelve al tema, yo soy feliz así, tú de esa otra manera... Puedes probar, la reto. ¿Cómo, haciendo qué? Quedemos con Marta, una amiga. ¿Un trío? Se ríe. Ali, ¿te recuerdo cómo acabó el tuyo?. No dejaría mi relación contigo por Marta. Soy demasiado hetero para eso. Nos reímos. No la noto convencida. Se echa hacia atrás en la bañera, me coloca las piernas sobre los hombros y se va deslizando hacia mí. Comienzo a frotar su vagina con mis dedos, ella cierra los ojos. Quiero ver cómo te corres mientras Marta te come el coño. Te has vuelto extremadamente ordinaria, cariño. Se ríe a carcajadas. Pero me gusta.

Creí que no volverías a llamarme. Lo siento, ya sabes cómo es esto de la Uni. Siempre estás corrigiendo, reuniones, clases,... Excusas, dice Marta entrando resuelta. Viene vestida con uun jersey que le tapa una falda vaquera. Las medias de colores llamativos y unas botas marrones. Cuando se quita el jersey observo que la falda en realidad se completa con un peto y que no lleva sujetador. Vaya, exclamo, vas a dejar sorprendida a Ana. ¿Está aquí?. Sí, está saliendo de la bañera. Se me acerca y me da un beso adolescente, robado. ¿Qué tal es?, me pregunta. Más tradicional que yo. Mmmm, me encanta. No hay nada como romper esas resistencias. Como hiciste conmigo, sonrío. Lo tuyo no tuvo mérito. Te cogí en horas bajas. Sí, es cierto. Ana, en cambio, está dispuesta a ofrecer resistencia. Mejor.
Ana se levanta por otra botella de vino. Se ha puesto una camiseta vieja que seguramente cree que es mía. No le he dicho nada, es una de las cosas que guardo de Mario. Es muy sensual tu amiga, me dice Marta. Sí. La miro mientras descorcha la botella y la trae. Nos sentamos en el sofá. Todo comienza a sonarme familiar y me da vértigo, noto que me falta aire (mi psicólogo dirá que me sobra, porque él siempre me lleva la contraria). Me he quedado en la butaca mientras Marta se ha sentado junto a Ana, muy cerca. Creo que hasta incomodarla un poco. Habla y habla, bajito. Yo estoy pendiente del vaivén emocional y voy y vengo, estoy y no estoy. Mis pensamientos luchan por conducirme al pasado. ¿Y cómo sabes que no te gusta?, acierto a escuchar a Marta. Realmente no lo sé... De pronto, Marta se acerca a Ana y la besa. No opone resistencia, pero la noto rígida. El beso superficial se prolonga, veo la lengua de Marta intentando hacer cómplices a los labios de Ana, que sigue sin soltar la copa, aferrada a su miedo. Marta se la quita de las manos y la deja en el suelo. Luego vuelve a besarla. Me empieza a excitar este baile. Ana me mira desde lejos como solicitando ayuda. Deja que la lengua de Marta se adentre en su boca, que agarre sus labios entre los suyos, carnosos y sensuales, profundamente rojos. Inconscientemente, me estimulo abriendo y cerrando las piernas. Marta se incorpora ligeramente y se baja el peto, pone sus hermosos pechos casi adolescentes a la altura de la boca de Ana, que a estas alturas está más desinhibida. Ya no me mira. Muerde los pezones hasta provocarle dolor, luego lo suaviza con la lengua. El rato que está jugueteando con sus pechos acaba por mojarme completamente. Me bajo las bragas, abro las piernas y comienzo a masturbarme. La imagen de Mario con la polla erecta, masturbándose lentamente mientras nos mira, aparece en este mismo escenario. Prueba su coño, Marta. Me oye y obedece. Ana se tumba en el sofá, se deja quitar las bragas y abre las piernas a la boca, templada, húmeda, de Marta. Veo a Ana mover sus caderas. No quiero cerrar los ojos. Mario se levanta, va hacia el cajón, trae un consolador enorme y se lo da a ella. Me lo mete de un golpe, con violencia. Él me gira, abre mi culo, siento el lubricante caer sobre mi espalda, lo desplaza hacia el ano, lo moja. Siento la punta de su polla a punto de entrar, de forzar. Ella coloca su lengua en un resquicio entre el consolador y el clítoris, lo saca y se lo mete en la boca, lo limpia mientras me mira. Luego introduce la lengua. Noto como lleva la mano entre mis piernas hacia la polla de Mario. Lo noto muy excitado, va entrando despacio, sabe que sólo así me gusta. Mi vagina está muy abierta y ella introduce tres dedos, luego cuatro, cierra su pequeña mano y forma un puño, lo introduce. El dolor y el placer me invaden. Las acometidas de Mario me empujan encima de ella. Me quedo en medio. Se besan mientras él se corre. Ana grita. Sigue, cabrona, no pares.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Lo mejor que me ha pasado




¿Lo echas de menos?, me pregunta. Me quedo pensando. Sí, me gustaría decir que no, pero sería como querer olvidar todo lo bueno que viví, lo que compartimos,.. Hay personas que te ayudan a crecer y a veces, luego, lo pasas tan mal que quisieras que no hubiera sucedido nunca. Ella me escucha y asiente. Después, continúo como si estuviera en terapia, es bueno reencontrarte con lo bueno que te ha dejado la relación. Para mí está siendo una liberación. Me he quitado muchos prejuicios de encima. Sonríe. Ya me he dado cuenta, dice dulcemente, acercando sus labios a los míos. Me dejo besar pero no respondo. Sigo pensando.

Inclinada, le pongo los pechos a la altura de su boca. Él acerca su lengua a mis pezones. Sabe que es una invitación a subir mi temperatura, que justo ahí comienzo a perder el control. Los muerde con los labios, con una mano coge mi pecho suavemente. Me gusta esa combinación. Noto que le gustaría apretar, escucharme gemir de dolor, pero se contiene. Moviéndome lentamente, manejo el ritmo, noto su polla dura, erecta, dejar que me frote, arriba, luego hacia su vientre, restregando la humedad que va inundando mi cuerpo. Te quiero, me dice. Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Me excita oírle decir eso. Aumento el ritmo y me dejo llevar, subo, subo,... Desde la distancia escucho mis gemidos transformarse en grito liberador.

A su lado, en la cama, sudorosos, no vamos al baño corriendo, también eso es nuevo para mí, nos quedamos impregnados el uno del otro. Él me habla al oído. Me cuenta fantasías, lo que va a hacerme, lo que quiere que le haga. Me llama perra y yo le lamo la cara, me coge por el pelo, límpiame la polla. Me arrastro por las sábanas y hago lo que me pide mi dueño. Aprecio la mezcla de nuestra unión en mi lengua, me la meto hasta dentro, la dejo ahí, todavía flácida, sintiéndola crecer, latir. Arrastro el glande hacia arriba. Se la cojo con la mano y me quedo así, mirándola, empiezo a masturbarlo mientras contemplo como vuelve a coger fuerza, tersura, a contraerse los glúteos. Nunca había sido tan feliz, me dice. Contigo lo tengo todo.... Va entrecortando las frases. La compañera,... la cómplice,... la que alivia las esperas,...

A todo el mundo nos sorprendió bastante lo vuestro, me dice Ana. Sí, principalmente a mí. ¿Y ya lo has comprendido? ¿Lo hablaste con él? No. Lo he hablado con mi terapeuta, sonrío con cierto tono de amargura. ¿Y crees que...? Se queda dudando, quiere saber si esto es un comienzo, si su fantasma será una interferencia, si se puede sentir segura de que si aparece Mario no me iré corriendo detrás de él. Es un juego peligroso. Quiere saber si puede entregarse o si tiene que tomar precauciones. Ese es un dilema del que he logrado desprenderme. Ya sé qué es lo peor que puedo esperar, ¿por qué voy a evitar arriesgarme? ¿voy a dejar de vivir para evitar sufrir? Seamos sólo lo que somos hoy. No me tranquiliza, me dice, echándose hacia atrás. Si me dices eso es que en realidad estás segura de que esta historia no tiene futuro.

Seguramente Ana lleva razón. Durante unos meses, el pasado y el futuro han sido fuente de conflictos en mi cabeza. Ahora necesito algunas raciones de presente sin mayores aditamentos en forma de promesas o esperanzas. Los demás buscan seguridad. Yo busco sentirme, sentir, saber que puedo seguir adelante. Posiblemente sea difícil caminar junto a mí en ese proceso.

Puedes arriesgarte, dejarte llevar, jugar tus cartas, o abandonar... Ya eres alguien muy importante para mí. No dejarás de serlo decidas lo que decidas. Se queda mirándome sin atreverse a pensar más. Se inclina nuevamente hacia mí. Me rodea con sus brazos y me besa en el cuello mientras me susurra. Te quiero, eres lo mejor que me ha pasado.

martes, 7 de diciembre de 2010

Mario





Ana me lleva a un lugar conocido. No sabe, o no recuerda, hasta que punto ese lugar es significativo para mí. Conduce. La veo contenta, yo también lo estoy. De fondo suena Moustaki. Ha seleccionado una canción para mí. Je ne sais pas où tu commences,
Tu ne sais pas où je finis. Para las dos. Cerca ya del campo, atisbo a lo lejos los ladrillos oscurecidos de la barbacoa. La caseta de las herramientas, con su ventana herrumbrosa.

Cojo un cigarrillo. Me apoyo en el viejo pino. Los miro afanados en su tarea. Luego miro hacia la mesa. Mis amigas van poniendo el mantel, los vasos, los cubiertos,.. entran y salen de la casa de Ana. Incluso aquí, un día festivo, los roles están claramente delimitados. La tarea principal hoy es la barbacoa y, lógicamente, los hombres se adueñan de la tarea principal. La que da rédito, la que se llevará los parabienes. Nadie si fijará, como yo lo hago ahora, en la forma en que Elena está fijando cuidadosamente el mantel para que no se vuele, en cómo Ana coloca los vasos boca abajo para que no le entren polvo y luego cubre los cubiertos con la servilleta con motivos verde agua que ha comprado expresamente esta mañana para la ocasión. Luego se hablará del punto de la carne. No hay mujeres en la barbacoa y no hay hombres poniendo la mesa.
Mi novio se ha encontrado con mi mirada un par de veces. Me ha guiñado el ojo. Se siente bien y me imagina bien.
¿Te defines?. La voz me saca de mis divagaciones. Lo miro. No lo conozco. Llevas un rato mirando a un grupo y a otro, me aclara. No tengo ganas de darle explicaciones sobre mis pensamientos. ¿Y tú eres…? Le pregunto. Mario, responde. Se me queda mirando a los ojos. No me pregunta mi nombre, parece no importarle. Me encuentro extrañamente cómoda.

Detiene el coche. Echa su asiento hacia atrás y luego lo tumba completamente. Abre las piernas y se sube la falda. Mira, me dice. No lleva nada debajo. Estamos en la puerta de su casa, pero no quiere hacerlo dentro. Quier jugar aquí, en el coche. Me inclino hacia sus muslos, suaves, tiernos. La luz del sol ilumina su vagina. La abro. La miro despacio. Ella toma mi cabeza y me acaricia el pelo. Hundo mi lengua y la dejo dentro, sin moverla. De pronto recuerdo el sabor de Laura y lo comparo. Introduzco su clítoris entre mis labios húmedos y contoneo su figura con la lengua muy lentamente.

No te he visto llegar. Bueno, no me extraña. Estabas tan absorta. Sonríe. No deja de mirarme a los ojos y yo tampoco puedo abandonar los suyos. Por alguna razón, los dos estamos fuera de esta fiesta. Sí, le digo, a veces es mejor participar que pensar. ¿Eres amigo de…? Elena, responde. Elena se ha empeñado en buscarme pareja. Me la ha presentado, señala a Ana con la cabeza. Pero ahora mismo está muy ocupada. Ana es encantadora, le confirmo. Me llevo el cigarrillo a la boca. Una barrera necesaria. He sentido celos. El alto y guapo es mi novio, cambio de tema. No lo mira. ¿Y te ha descubierto ya tu novio alto y guapo? Me río abiertamente. Creo que me ha puesto nerviosa. Está coqueteando sin tapujos. Eres muy directo, ¿no?. Bueno, si le preguntas a Elena te dará buenas referencias de mí.¿Y qué has descubierto tú, que no haya descubierto mi novio? Por ejemplo, dice acercándoseme, que ahora te gustaría más estar follando ahí dentro, en esa vieja caseta, en lugar de estar aquí, en tierra de nadie, aburrida. Me cuesta reaccionar. Él lo nota. Con él, en todo caso. Aclaro. No estoy seguro, afirma con aplomo. ¿Por qué no conmigo? ¿Y qué pensarían si nos ven entrar a los dos juntos en la caseta? Sigo con su juego. En cualquier caso es mucho mejor que llenarse el pelo de humo de secreto ibérico a la parrilla o poner servilletas verde pistacho o del verde que sea. Estamos demasiado cerca el uno del otro. Yo no he retrocedido. Él ha seguido acercándose. Nadie lo notará. Tampoco importa demasiado, ¿o sí? Bueno, no sé, mi novio igual se molesta un poco. Vuelvo la mirada hacia el grupo de la masculino. Parecen ajenos a todo. Hablarán de conquistas o de futbol. Miro a las chicas. Han entrado todas en casa. Sin saber bien por qué, comienzo a andar hacia la caseta. Al poco, noto sus pasos detrás de mí. El cuartucho está lleno de herramientas, muchas de ellas inútiles ya. Trozos de cacharros igualmente inservibles. Entra y lo escucho entrecerrar la puerta. Me asomo por la pequeña ventana. Un estante avejentado hace de pequeño alfeizar. Me apoyo. Me coge por la cintura y va quitándome el cinturón. Luego me baja los pantalones. Las bragas. Apenas puedo abrir las piernas. Encajo un poco la ventana y miro por la rendija. Nada cambia ahí fuera. Se ha agachado, me mordisquea el culo. Me pasa las manos por el interior de los muslos y luego los lleva hacia arriba, hasta entrar en contacto con mi vagina. Estoy muy excitada. A veces confundo el temor con la excitación. Moja sus dedos dentro. Su lengua va tañendo a golpes suaves mi culo, acercándose al ano. Luego me lo abre con las manos y escupe en su interior. Me mete un dedo, primero la punta pero luego lo introduce entero. Vuelve a escupir. Repite el juego. Yo intento inclinarme hacia delante, abrir más para facilitarle la labor. Le escucho bajarse la cremallera del pantalón. Acerca su polla a mi vagina, me inclino, la ayudo a entrar dentro. Necesito sentirla. Escucho las risas fuera. La voz de Elena preguntando por Mario, que empuja, que me mete la mano dentro de la camisa para acercarla a mis pechos. Quiero tenerla en mi boca. Hago un movimiento brusco, me giro y me arrodillo delante de él. Tiene la polla mojada, se la cojo con una mano y me la meto en la boca. Está muy dura y excitada. Le meto un dedo de la otra mano en el culo, el abre las piernas para que se lo meta más adentro y yo se lo aprieto violentamente. Me agarra la cabeza y empieza a correrse dentro de mi boca. Siento su ano atrapando mi dedo en movimientos de contracción. Dejo caer parte del semen por la comisura. Con la lengua le doy un suave beso en su sensible glande.

Ana me coge por las axilas y me coloca encima de ella. Me besa con ternura. ¿Te ocurre algo?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El comienzo. El fin.



Ana se sorprende al verme en su puerta. Vengo del psicólogo. Pasa, me dice echándose a un lado. Cuando llego a su altura le doy un beso en la mejilla que ella me devuelve. ¿Qué vamos a celebrar?, pregunta señalando la bolsa con la botella de vino que traigo. El fin de algo, el principio de algo,… Todavía no estoy muy segura. Sonríe. ¿Lo de volverse enigmática es una recomendación de tu psicólogo?. Sí. Sonrío yo también. Enigmática y mala, esas son las recomendaciones. ¿He hecho bien la primera parte? ¡Uf, me estás dando miedo!. ¿Tienes que ser mala conmigo o vas a repartir la maldad entre varios?. Mmmm… ya veré. Nos reímos. Le pregunto si estaba ocupada en algo importante al ver su mesa de trabajo llena de planos. Sí, pero puede esperar. Coge un par de copas y mete un queso extremeño en el microondas para que se funda un poco. Sin decirle nada, cojo de la alacena unos picos de pan tipo grisines. Sé que le encanta untarlos en el queso. ¿Nos sentamos?, me invita al sofá. Mejor ahí. Le señalo el suelo, delante del televisor, donde tiene una gran alfombra de pachwork rodeada de cojines y puffs. Me gusta el plan, comenta. Se gira para coger una bandeja. Lleva un pantalón muy corto, deportivo, que le llega a la mitad de las nalgas, haciendo que sus delgadas piernas parezcan kilométricas, y una camiseta vieja de manga larga, con el cuello roto por un lado, lo que facilita que se le caiga sobre uno de los hombros. El pelo recogido y manchas de tinta en los dedos. Me quito las botas, el abrigo y el jersey. Tiene la calefacción muy fuerte. Mientras acaba de preparar la bandeja, descorcho la botella. Huelo el corcho y recuerdo a Mario haciendo lo mismo y a los demás esperando el veredicto. Ana llega con la bandeja con el queso y las copas. Se agacha y la deja sobre el suelo. Nos tumbamos, acerco la botella y los picos y nos quedamos mirando la televisión apagada. Lleno los vasos. Por ti, brinda ella. Sí, es una buena elección. Se te ve bien, me dice. Estoy mejor. Cuando acabo la consulta me encuentro exultante siempre. Voy a tener que ir a tu psicólogo a ver si me da un poco de eso a mí también. Todo el mundo se empeña en encontrarme pareja, continúa hablando,… bueno, tú no. Claro, ahora la pareja la quieres para ti. Nos reímos. Desde hace años, todos nuestros amigos están obsesionados con encontrar pareja a Ana. Es una tarea que no ha dado frutos hasta ahora. Después de un largo silencio en el que picamos queso y bebemos sin prisas, me atrevo a preguntarle. Pero, ¿a ti te gustan los hombres? Se queda quieta y por un momento temo haber sido demasiado indiscreta. A pesar de nuestra amistad nunca habíamos hablado de ello. Sí. Una pausa. Creo que sí. ¿Crees?, pregunto extrañada, A ver, ¿con quién fantaseas cuando te masturbas? Vaya, no sólo vienes exultante, sino como una bala. Me río. Perdona, es que no entiendo cómo no se puede saber eso. Bien, ya que lo has preguntado te lo diré. Vuelve a callarse, parece pensárselo. Contigo. Desde hace bastante, fantaseo contigo. Se produce un silencio incómodo. Me tomo un trago largo de vino. Hace unos meses nos besamos. He estado dudando sobre el significado de aquellos besos. Me da miedo la forma en que me atrae Ana. Le miro los labios húmedos por el vino. Me acerco a la altura de su boca, introduzco su labio inferior entre los míos. Me deja pasarle la lengua y chuparlo. Es un pecado no abusar de sus labios. Suelto la copa y alejo hacia delante la bandeja y la botella. Ella se tumba hacia atrás en la alfombra y me deja dominar la situación. Le meto la mano por debajo de la camiseta hasta llegar a sus pechos desnudos. Tiene unos pechos pequeños, pero unos pezones que se le ponen duros y erguidos con facilidad y destacan incluso cuando lleva jersey. Me acerco a su oreja. ¿Y qué fantaseas?, le pregunto al oído. Me agarra por la nuca y me aprieta contra sí. Mete sus dedos entre mi pelo y me acaricia. Es una sensación muy agradable. Huele a lavanda, a algo familiar. Al principio suelo imaginar que te desnudo, que te quito la falda,… que te bajo las bragas,… Me incorporo y comienzo a desnudarme conforme ella va hablando. Entonces,… te beso, besos largos, te acaricio los pechos, tú abres las piernas y me invitas. Me agacho hasta tu pubis… Mi coño, corrijo. Me bajo las bragas. Abro las piernas sobre ella y luego me arrodillo. Le acerco un cojín para que incorpore su cabeza. Abro mi vagina y se la acerco a la boca. ¿Así? Le pregunto. Sí, responde muy bajito. Noto su lengua pasar desde abajo muy lentamente. Me noto muy mojada. Quiero quiero sentir el calor de su lengua dentro y restregarme sobre su boca, pero me controlo y la dejo que siga con su ritmo, que pruebe mi sabor. Extiende la lengua sobre el clítoris y la gira sobre su contorno. Me entran ganas de que me meta algo. Le cojo la mano y me llevo un par de sus dedos a mi boca. Los chupo, los unto de saliva, luego la llevo entre mi coño y su boca, pero le cuesta por la posición. Me echo a un lado y me tumbo con las piernas abiertas, tocándome. Ella se incorpora un poco y se extiende sobre la alfombra boca abajo. Mete la cabeza de nuevo entre mis muslos. Ahora noto sus dedos como comienzan a entrar. Los mueve dentro mientras con la lengua calienta mi clítoris, luego los saca lubricados, llenos, y me los lleva a la boca para que los chupe. Me da a probar el sabor de mi excitación. Cierro los ojos, aprieto su cabeza y no puedo parar de moverme. Pierdo el control. Por una vez desde hace mucho tiempo, siento que todo tiene sentido.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Por detrás




Miro a Manuel a través del espejo que tengo delante. Se afana, pero está nervioso. No puedo concentrarme. Él está empujando. Unas veces se impulsa lentamente, como sin querer hacerme daño; otras golpea con fuerza. Quizá juega. Ni siquiera estoy desnuda. Solo me ha bajado las bragas. Me di la vuelta, abrí las piernas y lo dejé que decidiera. Buscó algo, no sé bien donde. Imagino que para lubricar. Seguramente no encontró nada, así que decidió "mojarse" dentro de mí. Pero mi vagina apenas le responde. Está igual de inhóspita y árida que mi ano. Se agacha y empieza a meterme la lengua en el culo, echa saliva, introduce el dedo mojado, lo prepara. Yo sigo callada. No me excita. Quiero que me folle sin más. Me siento mal. Me entran ganas de girar y marcharme. No sé qué hago aquí. Ahora lo noto dentro. Me duele. La tiene muy dura. Agarra mis hombros y me aprieta. Aumenta el ritmo, lo noto jadear. El dolor se hace insoportable, no puedo evitar gritar y justo ahí, cuando me escucha, empieza a correrse. ¡Grita, puta! Le excita. A mí no. Siento el semen deslizándose sobre mis muslos. El lo restriega sobre mis nalgas. ¿Se lo dirás a Lola? No podía haber terminado con una frase peor. No respondeo. Simplemente me marcho.

Vuelvo al trabajo de la Universidad. Se acaban las vacaciones. No he encontrado respuesta a casi nada. A veces, eso sí, no busco. Parece buena señal. Pero no he recuperado la seguridad. Antes dominaba las situaciones, ahora no. Vivo, pero no gestiono bien las relaciones. Las que deberían ser más intensas son superficiales, y las que deberían ser humo acaban convirtiéndose en semen en mi trasero. En estos momentos me acuerdo de Ana. Ella puede darme más, pero me da miedo. Me gusta pensar en ella, fantasear. Luego no me atrevo a dar el paso. Ella tampoco.

Llevabas razón, le digo a Lola. Era un pichatriste. ¿Quéee? No me digas que... pero es que... Parece querer pegarme. En realidad, quiero que le pegue a él. Seguro que no se le pone ni dura. Sí, dura se le puso. Quizá incluso, demasiado dura. Me señalo el trasero. Lola duda. Por un lado parece enfadada, por otro, la confidencia es un trozo inesperado de intimidad, una llave que abre. Va hacia la puerta del despacho y la cierra. Se sienta sobre la esquina de mi mesa, con una pierna sobre el suelo y la otra apoyada en la misma. Abiertas. Intenta provocarme. Miro sus muslos. No sólo llevaba razón con aquello, dice insinuándose, también con respecto a la lengua. Sí, pienso, es posible. Coqueteo. Me balanceo en la silla meintras abro y cierro las piernas. Estoy muy perdida, Lola. La frase acorta la distanci física. Me toca el pelo. Ya lo veo, hace tiempo que lo veo. Va adueñándose del territorio. Intenta besarme pero me echo hacia atrás. Eso la confunde. Me levanto y me voy a la ventana. La tarde amenaza lluvia. Invita a la melancolía. Ella se acerca por detrás. Quiero que todo ocurra a mis espaldas, sin asumir nada. Me besa el cuello. Para su sorpresa no huyo. Tú lo que necesitas es que te coma bien el coño. Mordisquea mi oreja. Se restriega. Me mete la mano por debajo de la blusa. La esperan mis pezones. Tristes. Mueve sus dedos sobre la areola para provocar la erección. Yo sigo mirando al frente, a través de los cristales. A veces me veo reflejada, otras las amenazantes nubes avanzan hacia mí, contemplando la traición.

viernes, 9 de julio de 2010

Laura (II)



Llevo un traje negro ajustado, con escote generoso en uve. Un par de perlas de pendientes y un collar a juego. Lola me pregunta por qué me he puesto tan sexy para una conferencia, que voy a distraer a todo el mundo, que nadie se va a enterar de lo que voy a decir, que… Mientras va soltando la retahíla me manosea, dibujando mis curvas con sus manos. Estás impresionante. Deberías pensártelo. Te aseguro que no vas a encontrar una lengua como la mía, me dice acercándose al oído. Lola, corto, no sé si sabes que dentro de unos minutos tengo que estar lúcida para hablar. Bah, ¿crees que van a estar despiertos? No le hago caso . Me quedo seria. Ella lo nota. ¿Necesitas algo más? No, lo tengo todo, respondo. Lola es administrativo, muy buena trabajadora, salvo que las emociones la turben y las emociones necesitan hacer poco esfuerzo para conseguirlo. A veces, la dejo acercarse más de la cuenta y eso probablemente la confunde. No estoy por aliviar confusiones a nadie. Más bien al contrario.

Entro en el aula. Está casi vacía. Es un poco frustrante. En la mesa de ponentes veo a Fran, un colega que se va a encargar de la presentación y luego de moderar la mesa redonda. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata rojo tostado. Un clásico. Mi vestido, en cambio, es casi improcedente para esta hora de la mañana. Me pregunto si habría elegido el mismo si no me hubiera llamado Mario. Mala señal.
Subo. Saludo a Fran y mientras converso con él miro de soslayo la platea. No los veo. Me tranquiliza. Igual se ha arrepentido a última hora. Los demás ponentes me han dicho que comenzaras tú, si no te importa, que luego ellos se incorporarán. Definitivamente, soy imbécil.

¿No tienes pareja? Le pregunta Mario, nada más probar el primer sorbo de cóctel. Ella se queda en silencio un instante. Se reclina sobre el sofá. No, ya no. O sea, ¿que hasta hace poco sí? Muy poco. ¿Y a él le gustaba chatear con cam…? ¿Por qué piensas que era “él” y no “ella”? Mario se ríe. Perdona, llevas razón. Laura sonríe también. No te preocupes. Era “él”, sí. Llevaba tiempo engañándome con una compañera del trabajo. Me estaba volviendo loca porque veía indicios por todas partes pero él los negaba. Ya no sabía qué era o no cierto. Husmeaba en su cartera, en su móvil, en el correo,.. necesitaba asegurarme para no seguir así. Pero era peor. Fueron unos meses muy desagradables. De construcción del desamor. De pronto, Laura parece un juguete roto. Imagino que esto que hace, estar aquí, a merced de dos desconocidos, es una especie de viaje a ninguna parte, una huída hacia delante,… Me prometo no caer en lo mismo si llega a sucederme a mí. No, eso no ocurre en el país de las maravillas. Son cosas de fuera. Ilusa.

Estoy sentada a su lado. Mario está en el otro sofá. La abrazo intentando consolarla. No te preocupes, me dice. Recobra la entereza. Ahora estoy bien. Lo peor es la incertidumbre. Una vez aclarado empiezas a mirar para adelante. Ésta está en tratamiento, pienso. Le doy un beso en la mejilla. Ella me pone una mano sobre la rodilla en señal de agradecimiento, entonces le giro un poco la cabeza con mi mano y la beso de nuevo en los labios. Su boca. Me pide que me adentre, como esas puertas con el letrero de prohibido el paso. Humedezco su labio inferior con los míos, luego lo atrapo, lo muerdo. He perdido el miedo. Es como si ya nada importara. Responde al beso. Con la mano comienza a acariciarme el muslo, abro un poco las piernas para que siga, para que avance. Quiero notar sus dedos adentrándose. Pero se queda ahí, acariciando tibiamente mi muslo. Me separo y la miro. De pronto tengo la sensación de que está algo incómoda. No me da tiempo a comprobarlo. Sin darme cuenta, Mario se ha levantado y está detrás de ella. Deja caer los finos tirantes sobre los brazos y le baja el vestido. Laura se levanta y lo deja caer al suelo. Se queda en bragas delante de mí, mostrándome su cuerpo níveo. Unas bragas rosa, de Victoria’s Secret, con ribetes de encaje y un pequeño lazo blanco roto dibujado encima del pubis, pidiendo que lo deshaga para abrir el regalo. Pequeñas venitas azules asoman desde este piel arrogantemente tersa. Acerco mi boca a su vientre. Huelo. Lo acaricio. Las manos de Mario aparecen. Le baja las bragas. Entonces él se levanta también, la coge de la mano y la conduce a la habitación. Yo voy detrás. No hablamos. Los veo desnudos, por el pasillo, meterse en el cuarto. El estómago me lanza otra señal extraña. Me llama desde el miedo. No hago caso. Entro también.

Mario la ha tumbado boca abajo. Le separa las piernas. Laura se deja hacer. Empieza a mordisquear su culo. Luego se humedece el dedo y echa saliva en su ano, lo abre con una mano y le va metiendo lentamente el dedo. Justo lo que le gusta a él, pienso. La está poniendo a prueba. No se queja, tiene la cara vuelta sobre la almohada. Los ojos cerrados. Mario le mete el dedo entero. Esta vez sin contemplaciones. Lo veo cómo lo mueve dentro. Tiene una erección imponente. No quiero que la desgarre. Ya lo viví una vez y no me gustó. Me acerco a la mesilla, saco el bote de lubricante y me lo echo en los dedos, lo aparto un poco y él, cómplice, cede. Echo un buen chorro sobre su culo. Lo extiendo. Me pone más caliente saber lo que le voy a hacer. El dedo entra bien. Tengo la sensación de que no es la primera vez, pero no quiero romper el silencio con una pregunta. Meto dos dedos, arrastro el lubricante por toda la pared del ano. Es el mismo juego de Mario. Luego tres. Calculo el grosor de su polla. Laura se encoge de dolor. Me apetece darle unos azotes, pegarle. Una extraña sensación. Luego me siento culpable por esos pensamientos, no sé por qué. Mario me agarra la cabeza. Mójamela, me pide. Me inclino, me meto el glande entre los labios y voy avanzando. La desplaza sobre mi lengua que la acoge húmeda. Está ardiendo. Le agarro el culo y acerco un dedo a su ano mientras voy introduciendo su polla hasta donde puedo. Despacio. Se la lleno de saliva. Me aparto. Le abro el culo a Laura con las dos manos. Mario se acerca y pone su glande a la entrada. Veo cómo el lubricante va ejerciendo su función y facilita el paso. Laura gime. Esta vez le duele. Cuando entre el glande todo será más fácil, iamagino. Mario no puede contenerse, de una embestida se la mete entera. Laura grita. Él se queda con la polla dentro, sin moverse, queriendo llegar más profundo aún. Se tumba ligeramente sobre ella, apoyándose con los brazos extendidos para no caer encima. Abre las piernas ofreciéndome su culo. Sé que quiere que me ponga detrás de él, que le meta el consolador hasta dentro, pero a mí me apetece otra cosa. Sigo teniendo la boca de Laura en mi mente. Me acerco a su cara. Hago que los dos se echen un poco hacia los pies de la cama, para dejarme sitio. Me pongo sobre el cabecero, apoyando los hombros sobre un par de almohadones. Me quito la camiseta y me quedo desnuda. Abro las piernas y le levanto la cabeza a Laura. Cerca de mi sexo. Acerco los dedos que hurgaron en su culo a su nariz y su boca. La abre y se los meto dentro. Otra prueba. Ella los chupa. Los relame. Me pone muy caliente. Se los saco y cerquita de su cara comienzo a metérmelos, a masturbarme. Los saco y vuelvo a dárselos para que pruebe mi savia. Saca la lengua y la pone a mi disposición. Los dedos sobre la lengua y su boca abierta. Mi posición y su aspecto de fragilidad me hacen sentir dominante, con ganas de follarme su boc. Me dejo escurrir un poco, hasta que mi coño queda a su altura, entonces noto su lengua cálida sobre mi clítoris. Mario empuja cada vez con más fuerza. Veo cómo se la saca entera y vuelve a meterla. En cada ocasión se repite el tono de dolor de Laura. El lubricante va desapareciendo, Mario se excita ante la sensación de dolor, de sequedad, de penetración. Ella aguanta, lame, muerde mis labios abiertos y mojados y luego pasa la lengua por donde antes estuvieron los dientes amenazantes. La introduce, subiendo, resbalando por esa eterna pendiente. No puedo soportarlo, necesito que haga algo más. Aprieto su cabeza, noto cómo sus dedos comienzan a entrar y salir, a follarme con decisión,.. quiero que Mario me la meta. Laura está entre los dos.

A punto de comenzar, con la sala apenas por la mitad, caras de estudiantes y colegas insomnes. Fran está hablando de mis méritos para estar allí. No serán tantos cuando me han dado esta hora, pienso. En ese momento aparecen los dos. Él la lleva de la mano, como aquella primera vez que los vi adentrarse por el pasillo. Escucho: …cuando quieras… Alicia… ¿Alicia?... cuando quieras. El eco de la voz de Fran se pierde en la lejanía.