martes, 28 de diciembre de 2010

No pares





Todo ese razonamiento está muy bien, pero yo creo que tu promiscuidad, en realidad, es una huida hacia delante. Se calla esperando a ver mi reacción. Es posible, ¿importa? ¿Por qué tiene que haber una forma correcta de vivir la vida?, le planteo. Ana acerca su cara a la mía. Me habla al oido. Esto me recuerda una escena de “El último tanto en París”, los dos entrelazados, ¿recuerdas?. Sí, claro. Me gusta cómo has preparado todo esta tarde. El agua de la bañera está muy caliente. Las sales llenan de aroma el cuarto y entre la espuma aparecen y desaparecen sus pechos. Le doy un beso en la mejilla. Coge la esponja y empieza a pasármela por la espalda. Me apoyo sobre su hombro. Le suelto el pelo. Qué más da, vuelve al tema, yo soy feliz así, tú de esa otra manera... Puedes probar, la reto. ¿Cómo, haciendo qué? Quedemos con Marta, una amiga. ¿Un trío? Se ríe. Ali, ¿te recuerdo cómo acabó el tuyo?. No dejaría mi relación contigo por Marta. Soy demasiado hetero para eso. Nos reímos. No la noto convencida. Se echa hacia atrás en la bañera, me coloca las piernas sobre los hombros y se va deslizando hacia mí. Comienzo a frotar su vagina con mis dedos, ella cierra los ojos. Quiero ver cómo te corres mientras Marta te come el coño. Te has vuelto extremadamente ordinaria, cariño. Se ríe a carcajadas. Pero me gusta.

Creí que no volverías a llamarme. Lo siento, ya sabes cómo es esto de la Uni. Siempre estás corrigiendo, reuniones, clases,... Excusas, dice Marta entrando resuelta. Viene vestida con uun jersey que le tapa una falda vaquera. Las medias de colores llamativos y unas botas marrones. Cuando se quita el jersey observo que la falda en realidad se completa con un peto y que no lleva sujetador. Vaya, exclamo, vas a dejar sorprendida a Ana. ¿Está aquí?. Sí, está saliendo de la bañera. Se me acerca y me da un beso adolescente, robado. ¿Qué tal es?, me pregunta. Más tradicional que yo. Mmmm, me encanta. No hay nada como romper esas resistencias. Como hiciste conmigo, sonrío. Lo tuyo no tuvo mérito. Te cogí en horas bajas. Sí, es cierto. Ana, en cambio, está dispuesta a ofrecer resistencia. Mejor.
Ana se levanta por otra botella de vino. Se ha puesto una camiseta vieja que seguramente cree que es mía. No le he dicho nada, es una de las cosas que guardo de Mario. Es muy sensual tu amiga, me dice Marta. Sí. La miro mientras descorcha la botella y la trae. Nos sentamos en el sofá. Todo comienza a sonarme familiar y me da vértigo, noto que me falta aire (mi psicólogo dirá que me sobra, porque él siempre me lleva la contraria). Me he quedado en la butaca mientras Marta se ha sentado junto a Ana, muy cerca. Creo que hasta incomodarla un poco. Habla y habla, bajito. Yo estoy pendiente del vaivén emocional y voy y vengo, estoy y no estoy. Mis pensamientos luchan por conducirme al pasado. ¿Y cómo sabes que no te gusta?, acierto a escuchar a Marta. Realmente no lo sé... De pronto, Marta se acerca a Ana y la besa. No opone resistencia, pero la noto rígida. El beso superficial se prolonga, veo la lengua de Marta intentando hacer cómplices a los labios de Ana, que sigue sin soltar la copa, aferrada a su miedo. Marta se la quita de las manos y la deja en el suelo. Luego vuelve a besarla. Me empieza a excitar este baile. Ana me mira desde lejos como solicitando ayuda. Deja que la lengua de Marta se adentre en su boca, que agarre sus labios entre los suyos, carnosos y sensuales, profundamente rojos. Inconscientemente, me estimulo abriendo y cerrando las piernas. Marta se incorpora ligeramente y se baja el peto, pone sus hermosos pechos casi adolescentes a la altura de la boca de Ana, que a estas alturas está más desinhibida. Ya no me mira. Muerde los pezones hasta provocarle dolor, luego lo suaviza con la lengua. El rato que está jugueteando con sus pechos acaba por mojarme completamente. Me bajo las bragas, abro las piernas y comienzo a masturbarme. La imagen de Mario con la polla erecta, masturbándose lentamente mientras nos mira, aparece en este mismo escenario. Prueba su coño, Marta. Me oye y obedece. Ana se tumba en el sofá, se deja quitar las bragas y abre las piernas a la boca, templada, húmeda, de Marta. Veo a Ana mover sus caderas. No quiero cerrar los ojos. Mario se levanta, va hacia el cajón, trae un consolador enorme y se lo da a ella. Me lo mete de un golpe, con violencia. Él me gira, abre mi culo, siento el lubricante caer sobre mi espalda, lo desplaza hacia el ano, lo moja. Siento la punta de su polla a punto de entrar, de forzar. Ella coloca su lengua en un resquicio entre el consolador y el clítoris, lo saca y se lo mete en la boca, lo limpia mientras me mira. Luego introduce la lengua. Noto como lleva la mano entre mis piernas hacia la polla de Mario. Lo noto muy excitado, va entrando despacio, sabe que sólo así me gusta. Mi vagina está muy abierta y ella introduce tres dedos, luego cuatro, cierra su pequeña mano y forma un puño, lo introduce. El dolor y el placer me invaden. Las acometidas de Mario me empujan encima de ella. Me quedo en medio. Se besan mientras él se corre. Ana grita. Sigue, cabrona, no pares.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Lo mejor que me ha pasado




¿Lo echas de menos?, me pregunta. Me quedo pensando. Sí, me gustaría decir que no, pero sería como querer olvidar todo lo bueno que viví, lo que compartimos,.. Hay personas que te ayudan a crecer y a veces, luego, lo pasas tan mal que quisieras que no hubiera sucedido nunca. Ella me escucha y asiente. Después, continúo como si estuviera en terapia, es bueno reencontrarte con lo bueno que te ha dejado la relación. Para mí está siendo una liberación. Me he quitado muchos prejuicios de encima. Sonríe. Ya me he dado cuenta, dice dulcemente, acercando sus labios a los míos. Me dejo besar pero no respondo. Sigo pensando.

Inclinada, le pongo los pechos a la altura de su boca. Él acerca su lengua a mis pezones. Sabe que es una invitación a subir mi temperatura, que justo ahí comienzo a perder el control. Los muerde con los labios, con una mano coge mi pecho suavemente. Me gusta esa combinación. Noto que le gustaría apretar, escucharme gemir de dolor, pero se contiene. Moviéndome lentamente, manejo el ritmo, noto su polla dura, erecta, dejar que me frote, arriba, luego hacia su vientre, restregando la humedad que va inundando mi cuerpo. Te quiero, me dice. Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Me excita oírle decir eso. Aumento el ritmo y me dejo llevar, subo, subo,... Desde la distancia escucho mis gemidos transformarse en grito liberador.

A su lado, en la cama, sudorosos, no vamos al baño corriendo, también eso es nuevo para mí, nos quedamos impregnados el uno del otro. Él me habla al oído. Me cuenta fantasías, lo que va a hacerme, lo que quiere que le haga. Me llama perra y yo le lamo la cara, me coge por el pelo, límpiame la polla. Me arrastro por las sábanas y hago lo que me pide mi dueño. Aprecio la mezcla de nuestra unión en mi lengua, me la meto hasta dentro, la dejo ahí, todavía flácida, sintiéndola crecer, latir. Arrastro el glande hacia arriba. Se la cojo con la mano y me quedo así, mirándola, empiezo a masturbarlo mientras contemplo como vuelve a coger fuerza, tersura, a contraerse los glúteos. Nunca había sido tan feliz, me dice. Contigo lo tengo todo.... Va entrecortando las frases. La compañera,... la cómplice,... la que alivia las esperas,...

A todo el mundo nos sorprendió bastante lo vuestro, me dice Ana. Sí, principalmente a mí. ¿Y ya lo has comprendido? ¿Lo hablaste con él? No. Lo he hablado con mi terapeuta, sonrío con cierto tono de amargura. ¿Y crees que...? Se queda dudando, quiere saber si esto es un comienzo, si su fantasma será una interferencia, si se puede sentir segura de que si aparece Mario no me iré corriendo detrás de él. Es un juego peligroso. Quiere saber si puede entregarse o si tiene que tomar precauciones. Ese es un dilema del que he logrado desprenderme. Ya sé qué es lo peor que puedo esperar, ¿por qué voy a evitar arriesgarme? ¿voy a dejar de vivir para evitar sufrir? Seamos sólo lo que somos hoy. No me tranquiliza, me dice, echándose hacia atrás. Si me dices eso es que en realidad estás segura de que esta historia no tiene futuro.

Seguramente Ana lleva razón. Durante unos meses, el pasado y el futuro han sido fuente de conflictos en mi cabeza. Ahora necesito algunas raciones de presente sin mayores aditamentos en forma de promesas o esperanzas. Los demás buscan seguridad. Yo busco sentirme, sentir, saber que puedo seguir adelante. Posiblemente sea difícil caminar junto a mí en ese proceso.

Puedes arriesgarte, dejarte llevar, jugar tus cartas, o abandonar... Ya eres alguien muy importante para mí. No dejarás de serlo decidas lo que decidas. Se queda mirándome sin atreverse a pensar más. Se inclina nuevamente hacia mí. Me rodea con sus brazos y me besa en el cuello mientras me susurra. Te quiero, eres lo mejor que me ha pasado.

martes, 7 de diciembre de 2010

Mario





Ana me lleva a un lugar conocido. No sabe, o no recuerda, hasta que punto ese lugar es significativo para mí. Conduce. La veo contenta, yo también lo estoy. De fondo suena Moustaki. Ha seleccionado una canción para mí. Je ne sais pas où tu commences,
Tu ne sais pas où je finis. Para las dos. Cerca ya del campo, atisbo a lo lejos los ladrillos oscurecidos de la barbacoa. La caseta de las herramientas, con su ventana herrumbrosa.

Cojo un cigarrillo. Me apoyo en el viejo pino. Los miro afanados en su tarea. Luego miro hacia la mesa. Mis amigas van poniendo el mantel, los vasos, los cubiertos,.. entran y salen de la casa de Ana. Incluso aquí, un día festivo, los roles están claramente delimitados. La tarea principal hoy es la barbacoa y, lógicamente, los hombres se adueñan de la tarea principal. La que da rédito, la que se llevará los parabienes. Nadie si fijará, como yo lo hago ahora, en la forma en que Elena está fijando cuidadosamente el mantel para que no se vuele, en cómo Ana coloca los vasos boca abajo para que no le entren polvo y luego cubre los cubiertos con la servilleta con motivos verde agua que ha comprado expresamente esta mañana para la ocasión. Luego se hablará del punto de la carne. No hay mujeres en la barbacoa y no hay hombres poniendo la mesa.
Mi novio se ha encontrado con mi mirada un par de veces. Me ha guiñado el ojo. Se siente bien y me imagina bien.
¿Te defines?. La voz me saca de mis divagaciones. Lo miro. No lo conozco. Llevas un rato mirando a un grupo y a otro, me aclara. No tengo ganas de darle explicaciones sobre mis pensamientos. ¿Y tú eres…? Le pregunto. Mario, responde. Se me queda mirando a los ojos. No me pregunta mi nombre, parece no importarle. Me encuentro extrañamente cómoda.

Detiene el coche. Echa su asiento hacia atrás y luego lo tumba completamente. Abre las piernas y se sube la falda. Mira, me dice. No lleva nada debajo. Estamos en la puerta de su casa, pero no quiere hacerlo dentro. Quier jugar aquí, en el coche. Me inclino hacia sus muslos, suaves, tiernos. La luz del sol ilumina su vagina. La abro. La miro despacio. Ella toma mi cabeza y me acaricia el pelo. Hundo mi lengua y la dejo dentro, sin moverla. De pronto recuerdo el sabor de Laura y lo comparo. Introduzco su clítoris entre mis labios húmedos y contoneo su figura con la lengua muy lentamente.

No te he visto llegar. Bueno, no me extraña. Estabas tan absorta. Sonríe. No deja de mirarme a los ojos y yo tampoco puedo abandonar los suyos. Por alguna razón, los dos estamos fuera de esta fiesta. Sí, le digo, a veces es mejor participar que pensar. ¿Eres amigo de…? Elena, responde. Elena se ha empeñado en buscarme pareja. Me la ha presentado, señala a Ana con la cabeza. Pero ahora mismo está muy ocupada. Ana es encantadora, le confirmo. Me llevo el cigarrillo a la boca. Una barrera necesaria. He sentido celos. El alto y guapo es mi novio, cambio de tema. No lo mira. ¿Y te ha descubierto ya tu novio alto y guapo? Me río abiertamente. Creo que me ha puesto nerviosa. Está coqueteando sin tapujos. Eres muy directo, ¿no?. Bueno, si le preguntas a Elena te dará buenas referencias de mí.¿Y qué has descubierto tú, que no haya descubierto mi novio? Por ejemplo, dice acercándoseme, que ahora te gustaría más estar follando ahí dentro, en esa vieja caseta, en lugar de estar aquí, en tierra de nadie, aburrida. Me cuesta reaccionar. Él lo nota. Con él, en todo caso. Aclaro. No estoy seguro, afirma con aplomo. ¿Por qué no conmigo? ¿Y qué pensarían si nos ven entrar a los dos juntos en la caseta? Sigo con su juego. En cualquier caso es mucho mejor que llenarse el pelo de humo de secreto ibérico a la parrilla o poner servilletas verde pistacho o del verde que sea. Estamos demasiado cerca el uno del otro. Yo no he retrocedido. Él ha seguido acercándose. Nadie lo notará. Tampoco importa demasiado, ¿o sí? Bueno, no sé, mi novio igual se molesta un poco. Vuelvo la mirada hacia el grupo de la masculino. Parecen ajenos a todo. Hablarán de conquistas o de futbol. Miro a las chicas. Han entrado todas en casa. Sin saber bien por qué, comienzo a andar hacia la caseta. Al poco, noto sus pasos detrás de mí. El cuartucho está lleno de herramientas, muchas de ellas inútiles ya. Trozos de cacharros igualmente inservibles. Entra y lo escucho entrecerrar la puerta. Me asomo por la pequeña ventana. Un estante avejentado hace de pequeño alfeizar. Me apoyo. Me coge por la cintura y va quitándome el cinturón. Luego me baja los pantalones. Las bragas. Apenas puedo abrir las piernas. Encajo un poco la ventana y miro por la rendija. Nada cambia ahí fuera. Se ha agachado, me mordisquea el culo. Me pasa las manos por el interior de los muslos y luego los lleva hacia arriba, hasta entrar en contacto con mi vagina. Estoy muy excitada. A veces confundo el temor con la excitación. Moja sus dedos dentro. Su lengua va tañendo a golpes suaves mi culo, acercándose al ano. Luego me lo abre con las manos y escupe en su interior. Me mete un dedo, primero la punta pero luego lo introduce entero. Vuelve a escupir. Repite el juego. Yo intento inclinarme hacia delante, abrir más para facilitarle la labor. Le escucho bajarse la cremallera del pantalón. Acerca su polla a mi vagina, me inclino, la ayudo a entrar dentro. Necesito sentirla. Escucho las risas fuera. La voz de Elena preguntando por Mario, que empuja, que me mete la mano dentro de la camisa para acercarla a mis pechos. Quiero tenerla en mi boca. Hago un movimiento brusco, me giro y me arrodillo delante de él. Tiene la polla mojada, se la cojo con una mano y me la meto en la boca. Está muy dura y excitada. Le meto un dedo de la otra mano en el culo, el abre las piernas para que se lo meta más adentro y yo se lo aprieto violentamente. Me agarra la cabeza y empieza a correrse dentro de mi boca. Siento su ano atrapando mi dedo en movimientos de contracción. Dejo caer parte del semen por la comisura. Con la lengua le doy un suave beso en su sensible glande.

Ana me coge por las axilas y me coloca encima de ella. Me besa con ternura. ¿Te ocurre algo?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El comienzo. El fin.



Ana se sorprende al verme en su puerta. Vengo del psicólogo. Pasa, me dice echándose a un lado. Cuando llego a su altura le doy un beso en la mejilla que ella me devuelve. ¿Qué vamos a celebrar?, pregunta señalando la bolsa con la botella de vino que traigo. El fin de algo, el principio de algo,… Todavía no estoy muy segura. Sonríe. ¿Lo de volverse enigmática es una recomendación de tu psicólogo?. Sí. Sonrío yo también. Enigmática y mala, esas son las recomendaciones. ¿He hecho bien la primera parte? ¡Uf, me estás dando miedo!. ¿Tienes que ser mala conmigo o vas a repartir la maldad entre varios?. Mmmm… ya veré. Nos reímos. Le pregunto si estaba ocupada en algo importante al ver su mesa de trabajo llena de planos. Sí, pero puede esperar. Coge un par de copas y mete un queso extremeño en el microondas para que se funda un poco. Sin decirle nada, cojo de la alacena unos picos de pan tipo grisines. Sé que le encanta untarlos en el queso. ¿Nos sentamos?, me invita al sofá. Mejor ahí. Le señalo el suelo, delante del televisor, donde tiene una gran alfombra de pachwork rodeada de cojines y puffs. Me gusta el plan, comenta. Se gira para coger una bandeja. Lleva un pantalón muy corto, deportivo, que le llega a la mitad de las nalgas, haciendo que sus delgadas piernas parezcan kilométricas, y una camiseta vieja de manga larga, con el cuello roto por un lado, lo que facilita que se le caiga sobre uno de los hombros. El pelo recogido y manchas de tinta en los dedos. Me quito las botas, el abrigo y el jersey. Tiene la calefacción muy fuerte. Mientras acaba de preparar la bandeja, descorcho la botella. Huelo el corcho y recuerdo a Mario haciendo lo mismo y a los demás esperando el veredicto. Ana llega con la bandeja con el queso y las copas. Se agacha y la deja sobre el suelo. Nos tumbamos, acerco la botella y los picos y nos quedamos mirando la televisión apagada. Lleno los vasos. Por ti, brinda ella. Sí, es una buena elección. Se te ve bien, me dice. Estoy mejor. Cuando acabo la consulta me encuentro exultante siempre. Voy a tener que ir a tu psicólogo a ver si me da un poco de eso a mí también. Todo el mundo se empeña en encontrarme pareja, continúa hablando,… bueno, tú no. Claro, ahora la pareja la quieres para ti. Nos reímos. Desde hace años, todos nuestros amigos están obsesionados con encontrar pareja a Ana. Es una tarea que no ha dado frutos hasta ahora. Después de un largo silencio en el que picamos queso y bebemos sin prisas, me atrevo a preguntarle. Pero, ¿a ti te gustan los hombres? Se queda quieta y por un momento temo haber sido demasiado indiscreta. A pesar de nuestra amistad nunca habíamos hablado de ello. Sí. Una pausa. Creo que sí. ¿Crees?, pregunto extrañada, A ver, ¿con quién fantaseas cuando te masturbas? Vaya, no sólo vienes exultante, sino como una bala. Me río. Perdona, es que no entiendo cómo no se puede saber eso. Bien, ya que lo has preguntado te lo diré. Vuelve a callarse, parece pensárselo. Contigo. Desde hace bastante, fantaseo contigo. Se produce un silencio incómodo. Me tomo un trago largo de vino. Hace unos meses nos besamos. He estado dudando sobre el significado de aquellos besos. Me da miedo la forma en que me atrae Ana. Le miro los labios húmedos por el vino. Me acerco a la altura de su boca, introduzco su labio inferior entre los míos. Me deja pasarle la lengua y chuparlo. Es un pecado no abusar de sus labios. Suelto la copa y alejo hacia delante la bandeja y la botella. Ella se tumba hacia atrás en la alfombra y me deja dominar la situación. Le meto la mano por debajo de la camiseta hasta llegar a sus pechos desnudos. Tiene unos pechos pequeños, pero unos pezones que se le ponen duros y erguidos con facilidad y destacan incluso cuando lleva jersey. Me acerco a su oreja. ¿Y qué fantaseas?, le pregunto al oído. Me agarra por la nuca y me aprieta contra sí. Mete sus dedos entre mi pelo y me acaricia. Es una sensación muy agradable. Huele a lavanda, a algo familiar. Al principio suelo imaginar que te desnudo, que te quito la falda,… que te bajo las bragas,… Me incorporo y comienzo a desnudarme conforme ella va hablando. Entonces,… te beso, besos largos, te acaricio los pechos, tú abres las piernas y me invitas. Me agacho hasta tu pubis… Mi coño, corrijo. Me bajo las bragas. Abro las piernas sobre ella y luego me arrodillo. Le acerco un cojín para que incorpore su cabeza. Abro mi vagina y se la acerco a la boca. ¿Así? Le pregunto. Sí, responde muy bajito. Noto su lengua pasar desde abajo muy lentamente. Me noto muy mojada. Quiero quiero sentir el calor de su lengua dentro y restregarme sobre su boca, pero me controlo y la dejo que siga con su ritmo, que pruebe mi sabor. Extiende la lengua sobre el clítoris y la gira sobre su contorno. Me entran ganas de que me meta algo. Le cojo la mano y me llevo un par de sus dedos a mi boca. Los chupo, los unto de saliva, luego la llevo entre mi coño y su boca, pero le cuesta por la posición. Me echo a un lado y me tumbo con las piernas abiertas, tocándome. Ella se incorpora un poco y se extiende sobre la alfombra boca abajo. Mete la cabeza de nuevo entre mis muslos. Ahora noto sus dedos como comienzan a entrar. Los mueve dentro mientras con la lengua calienta mi clítoris, luego los saca lubricados, llenos, y me los lleva a la boca para que los chupe. Me da a probar el sabor de mi excitación. Cierro los ojos, aprieto su cabeza y no puedo parar de moverme. Pierdo el control. Por una vez desde hace mucho tiempo, siento que todo tiene sentido.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Por detrás




Miro a Manuel a través del espejo que tengo delante. Se afana, pero está nervioso. No puedo concentrarme. Él está empujando. Unas veces se impulsa lentamente, como sin querer hacerme daño; otras golpea con fuerza. Quizá juega. Ni siquiera estoy desnuda. Solo me ha bajado las bragas. Me di la vuelta, abrí las piernas y lo dejé que decidiera. Buscó algo, no sé bien donde. Imagino que para lubricar. Seguramente no encontró nada, así que decidió "mojarse" dentro de mí. Pero mi vagina apenas le responde. Está igual de inhóspita y árida que mi ano. Se agacha y empieza a meterme la lengua en el culo, echa saliva, introduce el dedo mojado, lo prepara. Yo sigo callada. No me excita. Quiero que me folle sin más. Me siento mal. Me entran ganas de girar y marcharme. No sé qué hago aquí. Ahora lo noto dentro. Me duele. La tiene muy dura. Agarra mis hombros y me aprieta. Aumenta el ritmo, lo noto jadear. El dolor se hace insoportable, no puedo evitar gritar y justo ahí, cuando me escucha, empieza a correrse. ¡Grita, puta! Le excita. A mí no. Siento el semen deslizándose sobre mis muslos. El lo restriega sobre mis nalgas. ¿Se lo dirás a Lola? No podía haber terminado con una frase peor. No respondeo. Simplemente me marcho.

Vuelvo al trabajo de la Universidad. Se acaban las vacaciones. No he encontrado respuesta a casi nada. A veces, eso sí, no busco. Parece buena señal. Pero no he recuperado la seguridad. Antes dominaba las situaciones, ahora no. Vivo, pero no gestiono bien las relaciones. Las que deberían ser más intensas son superficiales, y las que deberían ser humo acaban convirtiéndose en semen en mi trasero. En estos momentos me acuerdo de Ana. Ella puede darme más, pero me da miedo. Me gusta pensar en ella, fantasear. Luego no me atrevo a dar el paso. Ella tampoco.

Llevabas razón, le digo a Lola. Era un pichatriste. ¿Quéee? No me digas que... pero es que... Parece querer pegarme. En realidad, quiero que le pegue a él. Seguro que no se le pone ni dura. Sí, dura se le puso. Quizá incluso, demasiado dura. Me señalo el trasero. Lola duda. Por un lado parece enfadada, por otro, la confidencia es un trozo inesperado de intimidad, una llave que abre. Va hacia la puerta del despacho y la cierra. Se sienta sobre la esquina de mi mesa, con una pierna sobre el suelo y la otra apoyada en la misma. Abiertas. Intenta provocarme. Miro sus muslos. No sólo llevaba razón con aquello, dice insinuándose, también con respecto a la lengua. Sí, pienso, es posible. Coqueteo. Me balanceo en la silla meintras abro y cierro las piernas. Estoy muy perdida, Lola. La frase acorta la distanci física. Me toca el pelo. Ya lo veo, hace tiempo que lo veo. Va adueñándose del territorio. Intenta besarme pero me echo hacia atrás. Eso la confunde. Me levanto y me voy a la ventana. La tarde amenaza lluvia. Invita a la melancolía. Ella se acerca por detrás. Quiero que todo ocurra a mis espaldas, sin asumir nada. Me besa el cuello. Para su sorpresa no huyo. Tú lo que necesitas es que te coma bien el coño. Mordisquea mi oreja. Se restriega. Me mete la mano por debajo de la blusa. La esperan mis pezones. Tristes. Mueve sus dedos sobre la areola para provocar la erección. Yo sigo mirando al frente, a través de los cristales. A veces me veo reflejada, otras las amenazantes nubes avanzan hacia mí, contemplando la traición.

viernes, 9 de julio de 2010

Laura (II)



Llevo un traje negro ajustado, con escote generoso en uve. Un par de perlas de pendientes y un collar a juego. Lola me pregunta por qué me he puesto tan sexy para una conferencia, que voy a distraer a todo el mundo, que nadie se va a enterar de lo que voy a decir, que… Mientras va soltando la retahíla me manosea, dibujando mis curvas con sus manos. Estás impresionante. Deberías pensártelo. Te aseguro que no vas a encontrar una lengua como la mía, me dice acercándose al oído. Lola, corto, no sé si sabes que dentro de unos minutos tengo que estar lúcida para hablar. Bah, ¿crees que van a estar despiertos? No le hago caso . Me quedo seria. Ella lo nota. ¿Necesitas algo más? No, lo tengo todo, respondo. Lola es administrativo, muy buena trabajadora, salvo que las emociones la turben y las emociones necesitan hacer poco esfuerzo para conseguirlo. A veces, la dejo acercarse más de la cuenta y eso probablemente la confunde. No estoy por aliviar confusiones a nadie. Más bien al contrario.

Entro en el aula. Está casi vacía. Es un poco frustrante. En la mesa de ponentes veo a Fran, un colega que se va a encargar de la presentación y luego de moderar la mesa redonda. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata rojo tostado. Un clásico. Mi vestido, en cambio, es casi improcedente para esta hora de la mañana. Me pregunto si habría elegido el mismo si no me hubiera llamado Mario. Mala señal.
Subo. Saludo a Fran y mientras converso con él miro de soslayo la platea. No los veo. Me tranquiliza. Igual se ha arrepentido a última hora. Los demás ponentes me han dicho que comenzaras tú, si no te importa, que luego ellos se incorporarán. Definitivamente, soy imbécil.

¿No tienes pareja? Le pregunta Mario, nada más probar el primer sorbo de cóctel. Ella se queda en silencio un instante. Se reclina sobre el sofá. No, ya no. O sea, ¿que hasta hace poco sí? Muy poco. ¿Y a él le gustaba chatear con cam…? ¿Por qué piensas que era “él” y no “ella”? Mario se ríe. Perdona, llevas razón. Laura sonríe también. No te preocupes. Era “él”, sí. Llevaba tiempo engañándome con una compañera del trabajo. Me estaba volviendo loca porque veía indicios por todas partes pero él los negaba. Ya no sabía qué era o no cierto. Husmeaba en su cartera, en su móvil, en el correo,.. necesitaba asegurarme para no seguir así. Pero era peor. Fueron unos meses muy desagradables. De construcción del desamor. De pronto, Laura parece un juguete roto. Imagino que esto que hace, estar aquí, a merced de dos desconocidos, es una especie de viaje a ninguna parte, una huída hacia delante,… Me prometo no caer en lo mismo si llega a sucederme a mí. No, eso no ocurre en el país de las maravillas. Son cosas de fuera. Ilusa.

Estoy sentada a su lado. Mario está en el otro sofá. La abrazo intentando consolarla. No te preocupes, me dice. Recobra la entereza. Ahora estoy bien. Lo peor es la incertidumbre. Una vez aclarado empiezas a mirar para adelante. Ésta está en tratamiento, pienso. Le doy un beso en la mejilla. Ella me pone una mano sobre la rodilla en señal de agradecimiento, entonces le giro un poco la cabeza con mi mano y la beso de nuevo en los labios. Su boca. Me pide que me adentre, como esas puertas con el letrero de prohibido el paso. Humedezco su labio inferior con los míos, luego lo atrapo, lo muerdo. He perdido el miedo. Es como si ya nada importara. Responde al beso. Con la mano comienza a acariciarme el muslo, abro un poco las piernas para que siga, para que avance. Quiero notar sus dedos adentrándose. Pero se queda ahí, acariciando tibiamente mi muslo. Me separo y la miro. De pronto tengo la sensación de que está algo incómoda. No me da tiempo a comprobarlo. Sin darme cuenta, Mario se ha levantado y está detrás de ella. Deja caer los finos tirantes sobre los brazos y le baja el vestido. Laura se levanta y lo deja caer al suelo. Se queda en bragas delante de mí, mostrándome su cuerpo níveo. Unas bragas rosa, de Victoria’s Secret, con ribetes de encaje y un pequeño lazo blanco roto dibujado encima del pubis, pidiendo que lo deshaga para abrir el regalo. Pequeñas venitas azules asoman desde este piel arrogantemente tersa. Acerco mi boca a su vientre. Huelo. Lo acaricio. Las manos de Mario aparecen. Le baja las bragas. Entonces él se levanta también, la coge de la mano y la conduce a la habitación. Yo voy detrás. No hablamos. Los veo desnudos, por el pasillo, meterse en el cuarto. El estómago me lanza otra señal extraña. Me llama desde el miedo. No hago caso. Entro también.

Mario la ha tumbado boca abajo. Le separa las piernas. Laura se deja hacer. Empieza a mordisquear su culo. Luego se humedece el dedo y echa saliva en su ano, lo abre con una mano y le va metiendo lentamente el dedo. Justo lo que le gusta a él, pienso. La está poniendo a prueba. No se queja, tiene la cara vuelta sobre la almohada. Los ojos cerrados. Mario le mete el dedo entero. Esta vez sin contemplaciones. Lo veo cómo lo mueve dentro. Tiene una erección imponente. No quiero que la desgarre. Ya lo viví una vez y no me gustó. Me acerco a la mesilla, saco el bote de lubricante y me lo echo en los dedos, lo aparto un poco y él, cómplice, cede. Echo un buen chorro sobre su culo. Lo extiendo. Me pone más caliente saber lo que le voy a hacer. El dedo entra bien. Tengo la sensación de que no es la primera vez, pero no quiero romper el silencio con una pregunta. Meto dos dedos, arrastro el lubricante por toda la pared del ano. Es el mismo juego de Mario. Luego tres. Calculo el grosor de su polla. Laura se encoge de dolor. Me apetece darle unos azotes, pegarle. Una extraña sensación. Luego me siento culpable por esos pensamientos, no sé por qué. Mario me agarra la cabeza. Mójamela, me pide. Me inclino, me meto el glande entre los labios y voy avanzando. La desplaza sobre mi lengua que la acoge húmeda. Está ardiendo. Le agarro el culo y acerco un dedo a su ano mientras voy introduciendo su polla hasta donde puedo. Despacio. Se la lleno de saliva. Me aparto. Le abro el culo a Laura con las dos manos. Mario se acerca y pone su glande a la entrada. Veo cómo el lubricante va ejerciendo su función y facilita el paso. Laura gime. Esta vez le duele. Cuando entre el glande todo será más fácil, iamagino. Mario no puede contenerse, de una embestida se la mete entera. Laura grita. Él se queda con la polla dentro, sin moverse, queriendo llegar más profundo aún. Se tumba ligeramente sobre ella, apoyándose con los brazos extendidos para no caer encima. Abre las piernas ofreciéndome su culo. Sé que quiere que me ponga detrás de él, que le meta el consolador hasta dentro, pero a mí me apetece otra cosa. Sigo teniendo la boca de Laura en mi mente. Me acerco a su cara. Hago que los dos se echen un poco hacia los pies de la cama, para dejarme sitio. Me pongo sobre el cabecero, apoyando los hombros sobre un par de almohadones. Me quito la camiseta y me quedo desnuda. Abro las piernas y le levanto la cabeza a Laura. Cerca de mi sexo. Acerco los dedos que hurgaron en su culo a su nariz y su boca. La abre y se los meto dentro. Otra prueba. Ella los chupa. Los relame. Me pone muy caliente. Se los saco y cerquita de su cara comienzo a metérmelos, a masturbarme. Los saco y vuelvo a dárselos para que pruebe mi savia. Saca la lengua y la pone a mi disposición. Los dedos sobre la lengua y su boca abierta. Mi posición y su aspecto de fragilidad me hacen sentir dominante, con ganas de follarme su boc. Me dejo escurrir un poco, hasta que mi coño queda a su altura, entonces noto su lengua cálida sobre mi clítoris. Mario empuja cada vez con más fuerza. Veo cómo se la saca entera y vuelve a meterla. En cada ocasión se repite el tono de dolor de Laura. El lubricante va desapareciendo, Mario se excita ante la sensación de dolor, de sequedad, de penetración. Ella aguanta, lame, muerde mis labios abiertos y mojados y luego pasa la lengua por donde antes estuvieron los dientes amenazantes. La introduce, subiendo, resbalando por esa eterna pendiente. No puedo soportarlo, necesito que haga algo más. Aprieto su cabeza, noto cómo sus dedos comienzan a entrar y salir, a follarme con decisión,.. quiero que Mario me la meta. Laura está entre los dos.

A punto de comenzar, con la sala apenas por la mitad, caras de estudiantes y colegas insomnes. Fran está hablando de mis méritos para estar allí. No serán tantos cuando me han dado esta hora, pienso. En ese momento aparecen los dos. Él la lleva de la mano, como aquella primera vez que los vi adentrarse por el pasillo. Escucho: …cuando quieras… Alicia… ¿Alicia?... cuando quieras. El eco de la voz de Fran se pierde en la lejanía.

martes, 6 de julio de 2010

Laura (I)



El sábado participo en unas Jornadas en la Universidad. Tengo una ponencia a primera hora. Estoy en el salón, con el portatil, dando los últimos toques a la presentación de power point. Me vienen bien estos ratos de completa abstracción. Cuando iba a la cocina a preparar un tentempié suena el teléfono. ¿Ali? Es Mario. ¿Ali?, repite. Me entran ganas de llamar a W para que me diga qué tengo que hacer.Sí, digo. No pretendo ser distante, simplemente no articular nada más complejo que un monosílabo. He visto que participas en las Jornadas del sábado… Llamo para preguntarte si te molestaría que fuera… En realidad, le interesan las Jornadas en sí. No quiere que me sienta violenta. Empiezo a justificarlo. Será una cabeza más entre todas las que no veré. Me sorprende que sea capaz de racionalizar este momento. Ante mi silencio, continúa. No voy a ir solo. Pienso. ¿Laura?. Sí, responde.

No habíamos preparado nada especial. Apenas hablamos del tema. Sólo dejamos que pasaran las horas hasta que se presentara. Para mí era la primera vez, para Mario no. Me quedé con una camiseta blanca desgastada suya como único vestido. Él lleva un pantalón de lino gris anudado a la cintura y una camiseta negra de Médicos sin Fronteras. Ambos descalzos sobre el parqué. Lo miro cuando se dirige a abrir la puerta. Está impresionante. Al otro lado aparece Laura. Extiende el brazo. Trae un tulipán amarillo y una sonrisa acogedora, entre tibia y trémula. Nos encantan los tulipanes, gracias. Lo sé, me lo dijo Ali. Busca mi mirada cómplice por encima del hombro de Mario. No queríamos que se sintiera incómoda, pero personalmente, yo tampoco sabía cómo librarme de mi propia incomodidad. Mario facilita las cosas. Tiene un don para hipnotizarte desde el primer momento. Te cautiva. Habla de ti, no habla de él. Sin darte cuenta apenas, lo tienes dentro, luego cuesta vivir sin esa sensación, más tarde lo he sabido. ¿Estás nerviosa? Sí, responde quedamente. La verdad es que bastante. No es lo mismo... Ya, alivia Mario, pero no es la primera vez, ¿no? Sí, dijo. Hasta ahora sólo he tonteado por el chat. Vosotros... No, dice Mario. Para nosotros también es la primera vez, miente. Para él no.

Laura trae un vestido de Desigual, corto, muy escotado. Un pachwork que invita a la confusión. Se muestra tímida, pero no sé si es una pose. ¿Puede una chica tímida presentarse en casa de una pareja de desconocidos dispuesta a todo? No creo. Se siente en territorio ajeno. Mario la nota insegura. El olor a inseguridad atrae a los varones más que las feromonas. Veo crecer su confianza sobre los gestos temblorosos de Laura. Me siento fuera de sitio. Los dejó sentados en el sofá mientras me marcho a la cocina, a preparar una jarra de mojito. Cuando salgo a pedir ayuda los veo besándose. O mejor. Mario besando a Laura. Eso me pareció. El estómago me dispara una señal de aviso. ¡Laura!, interrumpo, ¿me ayudas? Claro. Deja las sandalias de gladiadora en el suelo. Miro sus pequeños pies, sus uñas pintadas con pequeñas margaritas. Viene descalza. Parece más segura. El beso la ha ayudado a relajarse. ¿Te importa picar hielo? Tienes una casa muy bonita. Gracias. La dejo que gestione los silencios. Es cómoda, sigue. Estoy un poco cortada. Es normal, sonrío, creo que sólo hay una forma de arreglarlo. Me acerco. Ella no se mueve. Tomo su cara entre mis manos. Soy bastante más alta. Coloca las suyas en mi cintura. ¿Has besado antes a una mujer? No. Yo tampoco, acierto a decir. Muerdo su labio inferior, carnoso y tentador. Noto sus pezones crecer bajo los círculos concéntricos de su vestido. Baja sus manos hasta el filo de mi camiseta y las sube por mi culo desnudo. Me aprieta hacia ella, entonces noto su lengua buscar la mía. Tiene un aliento fresco, no es artificial. Es una sensación agradable. Sus labios son más suaves que los de Mario, más húmedos. ¿Te ha gustado? Sí, dice bajito. Se acerca y vuelve a besarme. Ahora que la he probado, no me separaría de tu boca en toda la noche,. Ese comentario me pone más caliente aún. ¿Y ese mojito? la voz de Mario nos reclama desde el salón. Me alegro de conocerte, dice antes de volverse a picar el resto del hielo.

miércoles, 30 de junio de 2010

Eva


Una alumna me pregunta por Mario. Le contesto con un breve: no lo sé. Es una respuesta contundente porque te da mucha información en muy poco espacio. Pide a gritos una continuación, pero al mismo tiempo cierra todas las puertas. Hubiera estado bien seguir con: ni me importa. Pero no llego a tanto. Aún no. Todavía me importa y ni siquiera sé si quiero que deje de importarme algún día. Resolver esto desde el rencor porque sería como llevar a Mario siempre conmigo de la peor manera posible. Él puede que se lo merezca; yo no.

Redescubro a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, sus deseos antes ajenos para mí, su piel debajo de la ropa. Necesito entrar en contacto con ellos para sentirme parte de este otro mundo.

Qué bien te has tomado tu separación. No, no creo, pienso en responderle. Antes de que me de tiempo a decir nada, ella sigue. Fíjate: una de cada tres parejas se separa después de las vacaciones , y digo yo, ¿no sería mejor separarse antes y no estar amargada en vacaciones también? ¿Te has enterado de lo de Paola…?
Eva te alegra la vida por la misma vía que el televisor te deja somnoliento con noticias intrascendentes y pueriles a la hora de la siesta. Es un fondo necesario. Desentona algo en este bar de ambiente, pero ella no está preocupada por el entorno. No se siente amenazada. Está conmigo, como tantas otras veces, en un bar, tomando algo, hablando sin parar ni llegar a ninguna parte. Me relaja no tener que ser vehemente defendiendo ideas.

Es atractiva. Tiene el pelo con unos rizos naturales que, inexplicablemente para mí, combate planchándolos cada mañana. Me gustan esos bucles que le caen sobre la frente y los que le recogen la nuca. No es muy atrevida vistiendo, pero tampoco parece importarle. Parte de su atractivo radica en una sonrisa social de eterna bienvenida. Es agradable saludarla y estar cerca de ella. Luego, cuando estamos en grupo hablando sobre algo trascendente, ella se ausenta. No interviene. Se queda en un misterioso y asumido segundo plano.
Te da calor y compañía. Es una función importante.

Le pedí que me acompañara y ella me preguntó por el sitio, pero lo resolví con un: no lo sé, ya veremos. … y de pronto, llama por teléfono el ex y la pone a parir… no sé cómo la gente se presta a eso… el público le silbaba… Tomate, tomate, tomate. Siempre será más fácil sorprenderse con la vida ajena que con la propia.

En la barra aún siendo consciente del lugar en el que nos encontramos, está tan pendiente de lo que me cuenta que no gira el cuello en busca de miradas. Creo que es la única con esa actitud. Aquí todas, las pocas que hay a esta hora, parecen buscar consuelo o promesas en otros ojos. En un momento dado, una mirada te echa el ancla. Ya no puedes zafarte. Fantaseas. Procuras evitar la mirada durante el tiempo preciso para evaluar el resto del cuerpo y valorar. Uf, cómo se te notan los pezones. Sí, respondo. ¿Ya no te pones sujetador?. No, ¿para qué? ¿crees que se me van a caer con este tamaño? Me agarra un pecho. Qué envidia. Ojalá yo tuviera esas tetas tan recogiditas. Los pechos de Eva son la envidia de todas sus amigas, esas que le dan el esquinazo acusándola de pelmaza. Para ella, son grandes. Me he depilado el pubis. ¿Completo?, me pregunta encantada por la información tomateril. Sí. Tengo que darme algunas sesiones más, pero no quiero más pelitos ahí. Cómo me gustaría, tiene que ser estupendo olvidarte de esos pelitos que sobresalen, ya sabes.

El tono de la conversación me permite seguir con la lectura de las miradas, cada vez más frecuentes. La chica se nos acerca. Eva la mira como si fuera una camarera que viene a preguntarnos si queremos beber algo más. Hola. Hola, respondemos. Se dirige a mí directamente. Es la primera vez que te veo por aquí. Miro a Eva de soslayo. Se arrellana en el taburete como si estuviera en el sofá de su casa, delante del televisor. Yo es la primera vez que te veo aquí y en cualquier otro sitio. Sonríe. Nos vamos a casa de unos amigos y he pensado que me gustaría que nos viéramos otro día, pero ya eso lo dejo a tu elección. Toma. Me da un teléfono anotado en una hoja arrancada de una Moleskine. La cojo, sin más. Se despide. La tía es directa, ¿eh?. Comenta Eva. Sí, pienso. Por suerte. Ésta se ha creído que eres bollera, ríe abiertamente. Yo la acompaño.

martes, 22 de junio de 2010

Al otro lado de la rutina



Mi día a día está llena de cosas rutinarias. Intento pasar por ellas lo más deprisa posible. Huyo de lo cotidiano como si fuera la causa de mi perturbación. Mario me dijo que no soportaba en lo que se había convertido lo nuestro. ¿Cuánto tiempo llevaría sintiéndose así?. Me quedé mirándolo, callada. No fui capaz de articular ni un solo argumento que demostrara su error.

Meses atrás habíamos decidido incluir en nuestras relaciones sexuales a otras personas. A mí me pareció algo arriesgado, pero accedí. Entre su cuerpo y el mío no había espacio para el temor. Me gustó el proceso. Nos tumbábamos con el portátil en la cama y empezábamos a buscar. Cuando las conversaciones iban por buen camino, conectábamos la cam. Yo no tenía inconvenientes en que se tratara de una chica, aunque me apetecía más que fuera un hombre, pero Mario se negó a esta opción. Tuvimos varios escarceos virtuales pero no concretamos nada más allá de eso, porque no acababan de convencernos. Lo que intuíamos fácil no resultó tanto. Pero nos lo pasábamos bien explorando, jugando. Queríamos a alguien que no pusiera condiciones. Alguien que entrara en una habitación con los ojos cerrados. Sin temor. Dispuesta. En el chat habitual un día apareció Laura. Observamos sus comentarios en la sala. A los cinco minutos estábamos charlando animadamente. Habíamos logrado intimar más que si lleváramos años trabajando juntos. Al día siguiente nos conectamos con cam. Ya era una cita. Me quedé algo impresionada cuando la vi. Era realmente hermosa. Sentí cierto vértigo. Celos, probablemente. Miedo a perder a Mario si seguíamos con el juego. Luego la curiosidad pudo más. Estaba tumbada en la cama, igual que nosotros, pero de lado, apoyando la cabeza sobre su brazo izquierdo. Llevaba puesta una tierna camiseta de ositos sonrientes . Conforme Mario le contaba las cosas que le gustaban, ella abría y cerraba las piernas en un movimiento distraído. Imaginaba cómo se iba humedeciendo. Nos preguntaba lo que quería saber directamente. ¿Qué buscáis? ¿Qué os gusta hacer? Eres muy guapa, me dijo. Tú más, sonreí. En un momento dado, Mario le pidió que se masturbara. Ella se quedó quieta, pensando. Luego respondió con un lacónico vale. Se puso de rodillas en la cama y se bajó las bragas. Se dio media vuelta y se tumbó de espaldas, con las piernas abiertas hacia la cam. Tal y como intuía, ya estaba mojada. Apenas tenía un triángulo de vello perfectamente delimitado. Me hubiera gustado que estuviera completamente rasurada, como yo. Se pasaba los dedos suavemente por los labios externos, luego se masajeaba el clítoris. Muy despacio, sabiendo lo que estaba provocando al otro lado de la cámara. Mario estaba tumbado boca abajo. Noté cómo abría las piernas. Me puse detrás y empecé a acariciarle el culo, subiendo desde el escroto. Abrí la mesilla y me eché un poco de gel en los dedos. Primero me abrí paso con uno. Entró suave y sin resistencia. Él abrió las piernas más. Se puso una almohada en el vientre para que su trasero quedara más alto y facilitar así la penetración. Con la otra mano le cogí la polla. Tenía una gran erección. Incorporé otro dedo y él gimió, pero no dijo nada. Me entraron ganas de tener un pene para follármelo. Se los metía despacio y luego, dentro los giraba, tal y como le gustaba. Cuando jugueteaba en su interior, notaba en la otra mano los latidos de su miembro, descender por las arterias hinchadas. Le di la vuelta con violencia y me senté encima. Al otro lado de la cámara, Laura se movía ya con claros signos de estar a punto de llegar. Elevaba sus nalgas al compás que le marcaban sus dedos, apretando los muslos en torno a ellos. Mientras la miraba oleadas de vaivén me transportaban hacia el país de las maravillas.

Recuerdo cada detalle de esa primera ocasión. Me he masturbado más de una vez con esa imagen en mi cabeza, pero luego siempre he acabado llorando desconsolada. Me voy al despacho y me siento delante del portátil. Miro en la papelera un papel retorcido por el miedo. Cojo el teléfono, marco un número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar...

jueves, 17 de junio de 2010

La chica del bar



Recogí la nota con el teléfono de la papelera. La había doblado a conciencia. No quería saber qué me estaba pasando. Actuar, sin más. Marqué el número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar... Sí, claro que te recuerdo. Creí que no llamarías. ¿Te apetece si...?, le pregunto quedamente, apenas sin voz, con una timidez autoimpuesta. Claro. Ven ahora. Demasiado deprisa todo, pienso. Qué más da. Dejarse llevar. Dejo una pausa. Bien, voy. Quedamos. Me ducho. Decido no llevar ropa interior. Me pongo una falda negra de media pierna. Unos tacones no demasiado altos. La blusa sin mangas con el escote adecuado. Abro la mesilla y veo el gel lubricante. Me viene una imagen de los tres. Yo detrás de él, con los dedos untados. La corto. Dudo si cogerlo o no. Finalmente, lo echo de un manotazo dentro del megabolso.

La miro en la puerta recién abierta. Parece un suspiro de aire fresco. Lleva una camisa blanca y unos vaqueros más rotos que enteros. Descalza sobre la tarima flotante inmaculada. ¿Vas a pasar?, pregunta. Perdona, sonrío. Nos damos un par de besos formales. Quiero que todo vaya más deprisa. Estoy nerviosa y ella lo nota. ¿Una copa?, ofrece. Claro. Me llamo Marta. Alicia. Es raro esto, ¿no?, pregunto tontamente. Bueno, un día decidí trasladar mi desverguenza en el chat a la vida real. Sonríe. Tiene una sonrisa encantadora. El único problema son las convenciones, continúa. A ti parece que no te han afectado, ¿no Alicia?. Llámame Ali. La veo segura de sí misma. Me gusta la sensación. Cualquier otra actitud me habría defraudado. Quiero mostrarme sumisa. Dispuesta a ser guiada. . No, es verdad, hace tiempo que no me afectan, respondo apurando la copa. Tengo los labios mojados, ella los mira, luego me coge la mano. Estamos sentadas en dos taburetes, sobre la barra americana que separa la cocina del comedor. Tienes unas manos preciosas. La otra noche me fijé. A él le gustaba que tomara la iniciativa. Ahora hago lo contrario siempre que puedo. Dejo el trabajo de seducción al otro lado del corazón. Se inclina hacia arriba y me besa suavemente en los labios. Le respondo y entonces prolonga el beso, juega con la lengua buscando la mía, penetra y yo se la ofrezco. Su boca abierta se centra por fin en los labios. Los muerde con los suyos, le pasa la lengua. Un cosquilleo eléctrico me llega hasta los pezones. Tienen una conexión directa con los labios. Noto su mano sacarme la camisa por detrás de la falda. Meterla acariciándome la espalda, luego la va pasando hacia los pechos. Los aprieta. Noto calor. Se separa. Ven, me dice cogiéndome por la muñeca, decidida. La habitación está separada del comedor por un pequeño pasillo que se me hace interminable. Echa hacia atrás la colcha. La miro desnudarse, pero espero a que me quite la ropa. ¡Vaya!, exclama al ver que no llevo nada debajo. Venías preparada. No quiero hablar. Me tumba, se echa sobre mí, de lado. Abre las piernas y las mete entre las mías, apretando. Yo las abro completamente, pero luego tengo necesidad de cerrarlas sobre las suyas también. Entonces se levanta. Espero. Se sienta a horcajadas sobre mi cara. Veo cómo abre su coñito húmedo sobre mi boca. Saco la lengua, lo saboreo. Me siento rara, pero me da igual. Pongo mi lengua a su disposición. Ella desplaza su sexo sobre el apéndice. Gime. Abarco sus nalgas con mis manos. Cierro los ojos. Todo sucede agradablemente lento.

jueves, 10 de junio de 2010

Manuel


Soy una Alicia desconocida. Vivía en el país de las maravillas y he cruzado el espejo en la dirección inadecuada. Quizá me empujaron sin contemplaciones. Da igual.
Manuel, un compañero me advierte sobre Lola. Me ve vulnerable. Va a por ti, ahora que sabe que estás sola, va a por ti. Ten cuidado. Me hace gracia. Lola es de todo menos sutil. No oculta sus intenciones. Ella dice que Manuel es un pichatriste. Realmente tiene pinta de pusilánime. Sin embargo, él tampoco muestra inconveniente alguno en aprovechar el estado de brazos caídos que me atribuye. Se acerca agazapado tras las buenas intenciones. Hace unos días me hablaba, ahora me habla y me toca. Va avanzando, midiendo. Caricias travestidas. No me disgusta. Tampoco hace latir mi corazón esperanzado. Lo dejo avanzar. Sentir, pensar. Me quedo con sentir. Mira mis pechos. No llevo sujetador. Tiré las fotos, la vergüenza y el sujetador. Tengo unos pechos pequeños, pero unos pezones grandes. Antes me avergonzaba porque con el roce de la blusa se me ponían erectos y llamaban la atención. Ahora la vergüenza es una atadura que no estoy dispuesta a soportar. ¿Cómo estás hoy?. Pregunta. Me apetece que me consuele. Mal, digo cerrando los ojos. Comienza el baile. Coloca una mano sobre mi hombro. Me acerca, casi susurra. Puedes contar conmigo. Mi muslo queda entre sus piernas. Noto su pene. Él no se retira. Tampoco hace ningún otro movimiento. Investiga si ha sido fruto de la casualidad. Yo hago un gesto ambiguo con la cadera. Un roce que dibuja más claramente su miembro sobre mi pierna. Noto ligeros movimientos. ¿Tendrá una erección? Quiero que suceda. No sé cómo ha podido dejarte. No respondo. Eres tan agradable. Me aprieta suavemente y entonces se acentúa la presión. No hago nada por evitarlo. Él tampoco. Sigue confundido. Noto que comienza una erección pero entonces se retira un poco, temeroso. Yo no lo busco, pero me apetece abrir mis muslos, meterlos entre sus piernas y frotarme. No sé si es adecuado. En esa eternidad que sobrevuela el despacho los dos, la voz de Lola desde la puerta nos devuelve a la cotidianeidad.

martes, 1 de junio de 2010

Ana



Después de la ruptura, mis amistades se aprestaron a apoyarme. Yo los dejé ejercer su tarea impagable. Una vez un psicólogo me dijo que en situaciones como esta había que desenroscar la cabeza y dejarse llevar. De forma que ahora no sabría muy bien poner en pie los sitios, las conversaciones, los roces, las intenciones,.. Estaba aunque no era. Cuando tienes el laberinto en la cabeza es difícil disfrutar del momento. Reduje las expectativas y puse el cuerpo lo más arreglado que pude a disposición del personal. No falté ni un día al trabajo. Apenas comí ni dormí, pero no abandoné. Mi compañera se veía más libre para coquetear conmigo abiertamente, para abrir brecha entre él y yo, por si quedaba alguna esperanza.


Si tuviera que describir lo que más me ayudó tendría nombre de amiga. Aunque tuvimos durante un tiempo juegos en forma de trío con una desconocida, yo no había sentido nada más allá de lo que me proporcionaba en esos momentos. Pero desde que salí del apartamento de Ana, el proceso de desenredar la madeja se fue quedando aparcado a favor de unas emociones que no imaginaba poder tener.

Iba por la calle con unas ganas locas de llamarla. Aguanté el tiempo suficiente para llegar a casa, ducharme y tumbarme en la cama relajada. ¿Qué había significado aquel beso? No me atreví a preguntárselo directamente. Sólo le dije que me había hecho sentir muy bien, que al menos ahora me sentía de manera diferente, con pensamientos diferentes, confusa pero contenta,...blablabla.... ella escuchaba. Yo quería que me dijera algo, pero apenas asentía al otro lado. Perdona, no te dejo hablar. No me atrevo, dijo. Un silencio. ¿Y ahora?, pregunté. Me da miedo perderte como amiga. En todo caso, seremos amigas y lo que queramos ser además. De pronto, me descubrí con ilusión. No sé si por ella o por tomar conciencia de que podría volver a amar, a sentir,.. Nos vemos mañana. Sí, claro. Un beso. Chao.


Me quedo tumbada en la cama, con el albornoz y mi cuerpo a medio secar. Imagino cómo serán esos labios bajando suavemente. Abro las piernas esperando a que lleguen. Él sabía cómo me gustaba. Conocía los ritmos, el momento en que me gustaba sentir su calor. Los dedos húmedos entrando despacio. Mezclo los deseos con los recuerdos. A ella con él. Él, qué lejano, qué cerca aún.

lunes, 24 de mayo de 2010

Antes



Él me dijo que se sentía “aplastado bajo la rutina”, se me quedó mirando a la espera de que le diera la solución que no se atrevía a plantear, pero me quedé callada. Esperé y él se retorció un poco. Siguió dando vueltas a lo que quería decirme. Cuando lloraba al día siguiente sobre el hombro de mi amiga, esa que siempre tiene un hombro disponible, seguía sin entender por qué la rutina se cae encima de una cama y sólo sepulta a uno. Tú no tienes la culpa, me consuela mi amiga. Qué más da. ¿A ti te aplasta la rutina?. No. responde ella. Yo no tengo tiempo para la rutina, eso le ocurre a los hombres, nosotras tenemos todos los roles ocupados. La rutina es cosa de hombres. Me hizo reír. Mi amiga me hace reír, me consuela, me abraza, me llama cuando hay un concierto en cualquier sala en Sevilla, me llama para decirme que los pájaros están anunciando la primavera y para contarme cómo se cortó con el cuchillo intentando hacer bronoise con el tomate. Por qué duele, entonces, romper aquella otra cosa tan distante a estas que me hacen sentir bien. Se lo tendré que preguntar a W.

Mi amiga prepara un café bien cargado. Se supone que tendría que preparar una tila, pero ella sabrá. Se echa para atrás en el sofá soplando su taza humeante. Yo suelto la mía y tumbo mi cabeza sobre su pecho. Noto su corazón latir. No lleva sujetador. Me acaricia suavemente la nuca. Cierro los ojos. ¿Rutina? Hace menos de un mes estábamos tumbados junto a otra chica sobre la alfombra. La habíamos conocido por Internet, o más bien la conoció él. ¿Rutina? Encuentro completamente desordenada mi vida, como si todas esas cosas cobraran ahora otra dimensión. Mis pensamientos van y vienen. Vuelven con las sensaciones placenteras de la piel suave, tersa, del pecho de mi amiga. Con los pezones al alcance de mis labios, con un temor que se me antoja mutuo. Noto como suelta la taza y me besa en la frente con ¿ternura?. Vuelve a besarme. Yo la dejo hacer, pasivamente. Me levanta la cabeza entre sus manos y besa mis labios, primero cerrados. Repite. Esta vez dejo la puerta entreabierta. Ella la cruza.

viernes, 21 de mayo de 2010

Alicia en su casa


Hoy me voy a lanzar a una nueva aventura. No sé cómo saldrá pero no me voy a quedar sin probarlo. Ayer también salí buscando aventura. También era una actitud nueva. No era nuevo salir con algunas amigas, abiertas a cualquier posibilidad. Lo nuevo era que estaba dispuesta a arriesgarme más. Una compañera del trabajo lleva un tiempo tirándome los tejos. La rehuyo, pero debo reconocer que a base de tontear y de intentar seducirme me ha creado curiosidad. Me he preguntado cómo me sentiría. Fantaseo y la imagino desnuda y eso me excita hasta el punto de llegar a masturbarme más de una vez.


El lunes pasado me preguntó en el ascensor si me hacía la depilación láser. Prácticamente sin darme tiempo a responderle me dijo que a ella lo que le gustaba es que le rasuraran el vello púdico, que la ponía caliente tener las piernas abiertas, sin trapitos, mientras otra iba pasando la cuchilla lentamente y de vez en cuando levantaba una parte del vello, alrededor del clítoris... Y así, yo callada sin saber qué hacer, sin saber si decirle que me lo estaba imaginando o que parara, que conmigo no había nada que hacer. Luego, en cuanto llegué a casa, lo solté todo y me fui a la bañera deseando tocarme recordando e imaginando que se lo hacía.


Así que después de un par de semanas de apertura mental, ayer salí dispuesta a probar. No soy capaz de salir sola. Me acompañó una amiga que se pasa todo el tiempo hablando de cosas intrascendentes y nos reímos mucho. Se viene a dónde le diga y eso me viene bien. Yo soy de las pocas que quieren salir con ella, así que el favor es mutuo. A veces ligamos las dos. Ella está algo gordita pero tiene unas tetas perfectas. Más de una vez se las he cogido porque son muy llamativas, pero no me pone. Ella es completamente heterosexual y yo creo que yo también. No tengo confianza para hablar con ella de lo que me está ocurriendo en el trabajo, creo que no lo entendería. No sé.




Me preguntó a dónde íbamos, pero no se lo dije. Cuando aparcamos se quedó extrañada. ¿Este no un pub de ambiente? ¿Ah, sí?, le respondí con cara de extrañada. ¿Y qué más da? ¿No venimos buscando ambiente? Nos reímos. Entramos. Pagamos un poco la novatada porque se ve que a esa hora no suele ser la habitual. Esta es una ciudad pequeña, aquí las cosas van de una manera determinada y las costumbres, aunque sean políticamente incorrectas, son difíciles de modificar. Entre las pocas personas que había me llamó la atención que la mayoría no hacía más que mirar a los demás. Esas miradas que son conversaciones enteras. Igual que las que yo lanzaba. Estoy un poco violenta, me dijo mi amiga, que intentaba hablar en su tono habitual y sobre los contenidos de siempre. Vale, nos vamos, una copa y nos vamos.




Si estás en un sitio así todo parece más fácil. Eso me parecía. Vi a una chica bajita que no paraba de mirarme. Estaba acompañada, igual que yo. Inevitablemente nos cruzamos una y otra vez la mirada. Deseaba no encontrarme sus ojos para poder explorar su cuerpo con tranquilidad, pero no fue posible. Ella sin embargo parecía no tener pudor en desnudarme y analizar talla y posibilidades. Le dijo algo a su compañera y de pronto la veo venirse hacia nosotras. Me temblaron las rodillas.




Ahora estoy aquí, escribiendo esto, con una nota con su teléfono al lado. Dudando.