viernes, 9 de julio de 2010

Laura (II)



Llevo un traje negro ajustado, con escote generoso en uve. Un par de perlas de pendientes y un collar a juego. Lola me pregunta por qué me he puesto tan sexy para una conferencia, que voy a distraer a todo el mundo, que nadie se va a enterar de lo que voy a decir, que… Mientras va soltando la retahíla me manosea, dibujando mis curvas con sus manos. Estás impresionante. Deberías pensártelo. Te aseguro que no vas a encontrar una lengua como la mía, me dice acercándose al oído. Lola, corto, no sé si sabes que dentro de unos minutos tengo que estar lúcida para hablar. Bah, ¿crees que van a estar despiertos? No le hago caso . Me quedo seria. Ella lo nota. ¿Necesitas algo más? No, lo tengo todo, respondo. Lola es administrativo, muy buena trabajadora, salvo que las emociones la turben y las emociones necesitan hacer poco esfuerzo para conseguirlo. A veces, la dejo acercarse más de la cuenta y eso probablemente la confunde. No estoy por aliviar confusiones a nadie. Más bien al contrario.

Entro en el aula. Está casi vacía. Es un poco frustrante. En la mesa de ponentes veo a Fran, un colega que se va a encargar de la presentación y luego de moderar la mesa redonda. Lleva un traje gris, camisa blanca y corbata rojo tostado. Un clásico. Mi vestido, en cambio, es casi improcedente para esta hora de la mañana. Me pregunto si habría elegido el mismo si no me hubiera llamado Mario. Mala señal.
Subo. Saludo a Fran y mientras converso con él miro de soslayo la platea. No los veo. Me tranquiliza. Igual se ha arrepentido a última hora. Los demás ponentes me han dicho que comenzaras tú, si no te importa, que luego ellos se incorporarán. Definitivamente, soy imbécil.

¿No tienes pareja? Le pregunta Mario, nada más probar el primer sorbo de cóctel. Ella se queda en silencio un instante. Se reclina sobre el sofá. No, ya no. O sea, ¿que hasta hace poco sí? Muy poco. ¿Y a él le gustaba chatear con cam…? ¿Por qué piensas que era “él” y no “ella”? Mario se ríe. Perdona, llevas razón. Laura sonríe también. No te preocupes. Era “él”, sí. Llevaba tiempo engañándome con una compañera del trabajo. Me estaba volviendo loca porque veía indicios por todas partes pero él los negaba. Ya no sabía qué era o no cierto. Husmeaba en su cartera, en su móvil, en el correo,.. necesitaba asegurarme para no seguir así. Pero era peor. Fueron unos meses muy desagradables. De construcción del desamor. De pronto, Laura parece un juguete roto. Imagino que esto que hace, estar aquí, a merced de dos desconocidos, es una especie de viaje a ninguna parte, una huída hacia delante,… Me prometo no caer en lo mismo si llega a sucederme a mí. No, eso no ocurre en el país de las maravillas. Son cosas de fuera. Ilusa.

Estoy sentada a su lado. Mario está en el otro sofá. La abrazo intentando consolarla. No te preocupes, me dice. Recobra la entereza. Ahora estoy bien. Lo peor es la incertidumbre. Una vez aclarado empiezas a mirar para adelante. Ésta está en tratamiento, pienso. Le doy un beso en la mejilla. Ella me pone una mano sobre la rodilla en señal de agradecimiento, entonces le giro un poco la cabeza con mi mano y la beso de nuevo en los labios. Su boca. Me pide que me adentre, como esas puertas con el letrero de prohibido el paso. Humedezco su labio inferior con los míos, luego lo atrapo, lo muerdo. He perdido el miedo. Es como si ya nada importara. Responde al beso. Con la mano comienza a acariciarme el muslo, abro un poco las piernas para que siga, para que avance. Quiero notar sus dedos adentrándose. Pero se queda ahí, acariciando tibiamente mi muslo. Me separo y la miro. De pronto tengo la sensación de que está algo incómoda. No me da tiempo a comprobarlo. Sin darme cuenta, Mario se ha levantado y está detrás de ella. Deja caer los finos tirantes sobre los brazos y le baja el vestido. Laura se levanta y lo deja caer al suelo. Se queda en bragas delante de mí, mostrándome su cuerpo níveo. Unas bragas rosa, de Victoria’s Secret, con ribetes de encaje y un pequeño lazo blanco roto dibujado encima del pubis, pidiendo que lo deshaga para abrir el regalo. Pequeñas venitas azules asoman desde este piel arrogantemente tersa. Acerco mi boca a su vientre. Huelo. Lo acaricio. Las manos de Mario aparecen. Le baja las bragas. Entonces él se levanta también, la coge de la mano y la conduce a la habitación. Yo voy detrás. No hablamos. Los veo desnudos, por el pasillo, meterse en el cuarto. El estómago me lanza otra señal extraña. Me llama desde el miedo. No hago caso. Entro también.

Mario la ha tumbado boca abajo. Le separa las piernas. Laura se deja hacer. Empieza a mordisquear su culo. Luego se humedece el dedo y echa saliva en su ano, lo abre con una mano y le va metiendo lentamente el dedo. Justo lo que le gusta a él, pienso. La está poniendo a prueba. No se queja, tiene la cara vuelta sobre la almohada. Los ojos cerrados. Mario le mete el dedo entero. Esta vez sin contemplaciones. Lo veo cómo lo mueve dentro. Tiene una erección imponente. No quiero que la desgarre. Ya lo viví una vez y no me gustó. Me acerco a la mesilla, saco el bote de lubricante y me lo echo en los dedos, lo aparto un poco y él, cómplice, cede. Echo un buen chorro sobre su culo. Lo extiendo. Me pone más caliente saber lo que le voy a hacer. El dedo entra bien. Tengo la sensación de que no es la primera vez, pero no quiero romper el silencio con una pregunta. Meto dos dedos, arrastro el lubricante por toda la pared del ano. Es el mismo juego de Mario. Luego tres. Calculo el grosor de su polla. Laura se encoge de dolor. Me apetece darle unos azotes, pegarle. Una extraña sensación. Luego me siento culpable por esos pensamientos, no sé por qué. Mario me agarra la cabeza. Mójamela, me pide. Me inclino, me meto el glande entre los labios y voy avanzando. La desplaza sobre mi lengua que la acoge húmeda. Está ardiendo. Le agarro el culo y acerco un dedo a su ano mientras voy introduciendo su polla hasta donde puedo. Despacio. Se la lleno de saliva. Me aparto. Le abro el culo a Laura con las dos manos. Mario se acerca y pone su glande a la entrada. Veo cómo el lubricante va ejerciendo su función y facilita el paso. Laura gime. Esta vez le duele. Cuando entre el glande todo será más fácil, iamagino. Mario no puede contenerse, de una embestida se la mete entera. Laura grita. Él se queda con la polla dentro, sin moverse, queriendo llegar más profundo aún. Se tumba ligeramente sobre ella, apoyándose con los brazos extendidos para no caer encima. Abre las piernas ofreciéndome su culo. Sé que quiere que me ponga detrás de él, que le meta el consolador hasta dentro, pero a mí me apetece otra cosa. Sigo teniendo la boca de Laura en mi mente. Me acerco a su cara. Hago que los dos se echen un poco hacia los pies de la cama, para dejarme sitio. Me pongo sobre el cabecero, apoyando los hombros sobre un par de almohadones. Me quito la camiseta y me quedo desnuda. Abro las piernas y le levanto la cabeza a Laura. Cerca de mi sexo. Acerco los dedos que hurgaron en su culo a su nariz y su boca. La abre y se los meto dentro. Otra prueba. Ella los chupa. Los relame. Me pone muy caliente. Se los saco y cerquita de su cara comienzo a metérmelos, a masturbarme. Los saco y vuelvo a dárselos para que pruebe mi savia. Saca la lengua y la pone a mi disposición. Los dedos sobre la lengua y su boca abierta. Mi posición y su aspecto de fragilidad me hacen sentir dominante, con ganas de follarme su boc. Me dejo escurrir un poco, hasta que mi coño queda a su altura, entonces noto su lengua cálida sobre mi clítoris. Mario empuja cada vez con más fuerza. Veo cómo se la saca entera y vuelve a meterla. En cada ocasión se repite el tono de dolor de Laura. El lubricante va desapareciendo, Mario se excita ante la sensación de dolor, de sequedad, de penetración. Ella aguanta, lame, muerde mis labios abiertos y mojados y luego pasa la lengua por donde antes estuvieron los dientes amenazantes. La introduce, subiendo, resbalando por esa eterna pendiente. No puedo soportarlo, necesito que haga algo más. Aprieto su cabeza, noto cómo sus dedos comienzan a entrar y salir, a follarme con decisión,.. quiero que Mario me la meta. Laura está entre los dos.

A punto de comenzar, con la sala apenas por la mitad, caras de estudiantes y colegas insomnes. Fran está hablando de mis méritos para estar allí. No serán tantos cuando me han dado esta hora, pienso. En ese momento aparecen los dos. Él la lleva de la mano, como aquella primera vez que los vi adentrarse por el pasillo. Escucho: …cuando quieras… Alicia… ¿Alicia?... cuando quieras. El eco de la voz de Fran se pierde en la lejanía.

martes, 6 de julio de 2010

Laura (I)



El sábado participo en unas Jornadas en la Universidad. Tengo una ponencia a primera hora. Estoy en el salón, con el portatil, dando los últimos toques a la presentación de power point. Me vienen bien estos ratos de completa abstracción. Cuando iba a la cocina a preparar un tentempié suena el teléfono. ¿Ali? Es Mario. ¿Ali?, repite. Me entran ganas de llamar a W para que me diga qué tengo que hacer.Sí, digo. No pretendo ser distante, simplemente no articular nada más complejo que un monosílabo. He visto que participas en las Jornadas del sábado… Llamo para preguntarte si te molestaría que fuera… En realidad, le interesan las Jornadas en sí. No quiere que me sienta violenta. Empiezo a justificarlo. Será una cabeza más entre todas las que no veré. Me sorprende que sea capaz de racionalizar este momento. Ante mi silencio, continúa. No voy a ir solo. Pienso. ¿Laura?. Sí, responde.

No habíamos preparado nada especial. Apenas hablamos del tema. Sólo dejamos que pasaran las horas hasta que se presentara. Para mí era la primera vez, para Mario no. Me quedé con una camiseta blanca desgastada suya como único vestido. Él lleva un pantalón de lino gris anudado a la cintura y una camiseta negra de Médicos sin Fronteras. Ambos descalzos sobre el parqué. Lo miro cuando se dirige a abrir la puerta. Está impresionante. Al otro lado aparece Laura. Extiende el brazo. Trae un tulipán amarillo y una sonrisa acogedora, entre tibia y trémula. Nos encantan los tulipanes, gracias. Lo sé, me lo dijo Ali. Busca mi mirada cómplice por encima del hombro de Mario. No queríamos que se sintiera incómoda, pero personalmente, yo tampoco sabía cómo librarme de mi propia incomodidad. Mario facilita las cosas. Tiene un don para hipnotizarte desde el primer momento. Te cautiva. Habla de ti, no habla de él. Sin darte cuenta apenas, lo tienes dentro, luego cuesta vivir sin esa sensación, más tarde lo he sabido. ¿Estás nerviosa? Sí, responde quedamente. La verdad es que bastante. No es lo mismo... Ya, alivia Mario, pero no es la primera vez, ¿no? Sí, dijo. Hasta ahora sólo he tonteado por el chat. Vosotros... No, dice Mario. Para nosotros también es la primera vez, miente. Para él no.

Laura trae un vestido de Desigual, corto, muy escotado. Un pachwork que invita a la confusión. Se muestra tímida, pero no sé si es una pose. ¿Puede una chica tímida presentarse en casa de una pareja de desconocidos dispuesta a todo? No creo. Se siente en territorio ajeno. Mario la nota insegura. El olor a inseguridad atrae a los varones más que las feromonas. Veo crecer su confianza sobre los gestos temblorosos de Laura. Me siento fuera de sitio. Los dejó sentados en el sofá mientras me marcho a la cocina, a preparar una jarra de mojito. Cuando salgo a pedir ayuda los veo besándose. O mejor. Mario besando a Laura. Eso me pareció. El estómago me dispara una señal de aviso. ¡Laura!, interrumpo, ¿me ayudas? Claro. Deja las sandalias de gladiadora en el suelo. Miro sus pequeños pies, sus uñas pintadas con pequeñas margaritas. Viene descalza. Parece más segura. El beso la ha ayudado a relajarse. ¿Te importa picar hielo? Tienes una casa muy bonita. Gracias. La dejo que gestione los silencios. Es cómoda, sigue. Estoy un poco cortada. Es normal, sonrío, creo que sólo hay una forma de arreglarlo. Me acerco. Ella no se mueve. Tomo su cara entre mis manos. Soy bastante más alta. Coloca las suyas en mi cintura. ¿Has besado antes a una mujer? No. Yo tampoco, acierto a decir. Muerdo su labio inferior, carnoso y tentador. Noto sus pezones crecer bajo los círculos concéntricos de su vestido. Baja sus manos hasta el filo de mi camiseta y las sube por mi culo desnudo. Me aprieta hacia ella, entonces noto su lengua buscar la mía. Tiene un aliento fresco, no es artificial. Es una sensación agradable. Sus labios son más suaves que los de Mario, más húmedos. ¿Te ha gustado? Sí, dice bajito. Se acerca y vuelve a besarme. Ahora que la he probado, no me separaría de tu boca en toda la noche,. Ese comentario me pone más caliente aún. ¿Y ese mojito? la voz de Mario nos reclama desde el salón. Me alegro de conocerte, dice antes de volverse a picar el resto del hielo.

miércoles, 30 de junio de 2010

Eva


Una alumna me pregunta por Mario. Le contesto con un breve: no lo sé. Es una respuesta contundente porque te da mucha información en muy poco espacio. Pide a gritos una continuación, pero al mismo tiempo cierra todas las puertas. Hubiera estado bien seguir con: ni me importa. Pero no llego a tanto. Aún no. Todavía me importa y ni siquiera sé si quiero que deje de importarme algún día. Resolver esto desde el rencor porque sería como llevar a Mario siempre conmigo de la peor manera posible. Él puede que se lo merezca; yo no.

Redescubro a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, sus deseos antes ajenos para mí, su piel debajo de la ropa. Necesito entrar en contacto con ellos para sentirme parte de este otro mundo.

Qué bien te has tomado tu separación. No, no creo, pienso en responderle. Antes de que me de tiempo a decir nada, ella sigue. Fíjate: una de cada tres parejas se separa después de las vacaciones , y digo yo, ¿no sería mejor separarse antes y no estar amargada en vacaciones también? ¿Te has enterado de lo de Paola…?
Eva te alegra la vida por la misma vía que el televisor te deja somnoliento con noticias intrascendentes y pueriles a la hora de la siesta. Es un fondo necesario. Desentona algo en este bar de ambiente, pero ella no está preocupada por el entorno. No se siente amenazada. Está conmigo, como tantas otras veces, en un bar, tomando algo, hablando sin parar ni llegar a ninguna parte. Me relaja no tener que ser vehemente defendiendo ideas.

Es atractiva. Tiene el pelo con unos rizos naturales que, inexplicablemente para mí, combate planchándolos cada mañana. Me gustan esos bucles que le caen sobre la frente y los que le recogen la nuca. No es muy atrevida vistiendo, pero tampoco parece importarle. Parte de su atractivo radica en una sonrisa social de eterna bienvenida. Es agradable saludarla y estar cerca de ella. Luego, cuando estamos en grupo hablando sobre algo trascendente, ella se ausenta. No interviene. Se queda en un misterioso y asumido segundo plano.
Te da calor y compañía. Es una función importante.

Le pedí que me acompañara y ella me preguntó por el sitio, pero lo resolví con un: no lo sé, ya veremos. … y de pronto, llama por teléfono el ex y la pone a parir… no sé cómo la gente se presta a eso… el público le silbaba… Tomate, tomate, tomate. Siempre será más fácil sorprenderse con la vida ajena que con la propia.

En la barra aún siendo consciente del lugar en el que nos encontramos, está tan pendiente de lo que me cuenta que no gira el cuello en busca de miradas. Creo que es la única con esa actitud. Aquí todas, las pocas que hay a esta hora, parecen buscar consuelo o promesas en otros ojos. En un momento dado, una mirada te echa el ancla. Ya no puedes zafarte. Fantaseas. Procuras evitar la mirada durante el tiempo preciso para evaluar el resto del cuerpo y valorar. Uf, cómo se te notan los pezones. Sí, respondo. ¿Ya no te pones sujetador?. No, ¿para qué? ¿crees que se me van a caer con este tamaño? Me agarra un pecho. Qué envidia. Ojalá yo tuviera esas tetas tan recogiditas. Los pechos de Eva son la envidia de todas sus amigas, esas que le dan el esquinazo acusándola de pelmaza. Para ella, son grandes. Me he depilado el pubis. ¿Completo?, me pregunta encantada por la información tomateril. Sí. Tengo que darme algunas sesiones más, pero no quiero más pelitos ahí. Cómo me gustaría, tiene que ser estupendo olvidarte de esos pelitos que sobresalen, ya sabes.

El tono de la conversación me permite seguir con la lectura de las miradas, cada vez más frecuentes. La chica se nos acerca. Eva la mira como si fuera una camarera que viene a preguntarnos si queremos beber algo más. Hola. Hola, respondemos. Se dirige a mí directamente. Es la primera vez que te veo por aquí. Miro a Eva de soslayo. Se arrellana en el taburete como si estuviera en el sofá de su casa, delante del televisor. Yo es la primera vez que te veo aquí y en cualquier otro sitio. Sonríe. Nos vamos a casa de unos amigos y he pensado que me gustaría que nos viéramos otro día, pero ya eso lo dejo a tu elección. Toma. Me da un teléfono anotado en una hoja arrancada de una Moleskine. La cojo, sin más. Se despide. La tía es directa, ¿eh?. Comenta Eva. Sí, pienso. Por suerte. Ésta se ha creído que eres bollera, ríe abiertamente. Yo la acompaño.

martes, 22 de junio de 2010

Al otro lado de la rutina



Mi día a día está llena de cosas rutinarias. Intento pasar por ellas lo más deprisa posible. Huyo de lo cotidiano como si fuera la causa de mi perturbación. Mario me dijo que no soportaba en lo que se había convertido lo nuestro. ¿Cuánto tiempo llevaría sintiéndose así?. Me quedé mirándolo, callada. No fui capaz de articular ni un solo argumento que demostrara su error.

Meses atrás habíamos decidido incluir en nuestras relaciones sexuales a otras personas. A mí me pareció algo arriesgado, pero accedí. Entre su cuerpo y el mío no había espacio para el temor. Me gustó el proceso. Nos tumbábamos con el portátil en la cama y empezábamos a buscar. Cuando las conversaciones iban por buen camino, conectábamos la cam. Yo no tenía inconvenientes en que se tratara de una chica, aunque me apetecía más que fuera un hombre, pero Mario se negó a esta opción. Tuvimos varios escarceos virtuales pero no concretamos nada más allá de eso, porque no acababan de convencernos. Lo que intuíamos fácil no resultó tanto. Pero nos lo pasábamos bien explorando, jugando. Queríamos a alguien que no pusiera condiciones. Alguien que entrara en una habitación con los ojos cerrados. Sin temor. Dispuesta. En el chat habitual un día apareció Laura. Observamos sus comentarios en la sala. A los cinco minutos estábamos charlando animadamente. Habíamos logrado intimar más que si lleváramos años trabajando juntos. Al día siguiente nos conectamos con cam. Ya era una cita. Me quedé algo impresionada cuando la vi. Era realmente hermosa. Sentí cierto vértigo. Celos, probablemente. Miedo a perder a Mario si seguíamos con el juego. Luego la curiosidad pudo más. Estaba tumbada en la cama, igual que nosotros, pero de lado, apoyando la cabeza sobre su brazo izquierdo. Llevaba puesta una tierna camiseta de ositos sonrientes . Conforme Mario le contaba las cosas que le gustaban, ella abría y cerraba las piernas en un movimiento distraído. Imaginaba cómo se iba humedeciendo. Nos preguntaba lo que quería saber directamente. ¿Qué buscáis? ¿Qué os gusta hacer? Eres muy guapa, me dijo. Tú más, sonreí. En un momento dado, Mario le pidió que se masturbara. Ella se quedó quieta, pensando. Luego respondió con un lacónico vale. Se puso de rodillas en la cama y se bajó las bragas. Se dio media vuelta y se tumbó de espaldas, con las piernas abiertas hacia la cam. Tal y como intuía, ya estaba mojada. Apenas tenía un triángulo de vello perfectamente delimitado. Me hubiera gustado que estuviera completamente rasurada, como yo. Se pasaba los dedos suavemente por los labios externos, luego se masajeaba el clítoris. Muy despacio, sabiendo lo que estaba provocando al otro lado de la cámara. Mario estaba tumbado boca abajo. Noté cómo abría las piernas. Me puse detrás y empecé a acariciarle el culo, subiendo desde el escroto. Abrí la mesilla y me eché un poco de gel en los dedos. Primero me abrí paso con uno. Entró suave y sin resistencia. Él abrió las piernas más. Se puso una almohada en el vientre para que su trasero quedara más alto y facilitar así la penetración. Con la otra mano le cogí la polla. Tenía una gran erección. Incorporé otro dedo y él gimió, pero no dijo nada. Me entraron ganas de tener un pene para follármelo. Se los metía despacio y luego, dentro los giraba, tal y como le gustaba. Cuando jugueteaba en su interior, notaba en la otra mano los latidos de su miembro, descender por las arterias hinchadas. Le di la vuelta con violencia y me senté encima. Al otro lado de la cámara, Laura se movía ya con claros signos de estar a punto de llegar. Elevaba sus nalgas al compás que le marcaban sus dedos, apretando los muslos en torno a ellos. Mientras la miraba oleadas de vaivén me transportaban hacia el país de las maravillas.

Recuerdo cada detalle de esa primera ocasión. Me he masturbado más de una vez con esa imagen en mi cabeza, pero luego siempre he acabado llorando desconsolada. Me voy al despacho y me siento delante del portátil. Miro en la papelera un papel retorcido por el miedo. Cojo el teléfono, marco un número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar...

jueves, 17 de junio de 2010

La chica del bar



Recogí la nota con el teléfono de la papelera. La había doblado a conciencia. No quería saber qué me estaba pasando. Actuar, sin más. Marqué el número. Hola, seguramente no me recuerdas. Me diste el teléfono la otra noche, en el bar... Sí, claro que te recuerdo. Creí que no llamarías. ¿Te apetece si...?, le pregunto quedamente, apenas sin voz, con una timidez autoimpuesta. Claro. Ven ahora. Demasiado deprisa todo, pienso. Qué más da. Dejarse llevar. Dejo una pausa. Bien, voy. Quedamos. Me ducho. Decido no llevar ropa interior. Me pongo una falda negra de media pierna. Unos tacones no demasiado altos. La blusa sin mangas con el escote adecuado. Abro la mesilla y veo el gel lubricante. Me viene una imagen de los tres. Yo detrás de él, con los dedos untados. La corto. Dudo si cogerlo o no. Finalmente, lo echo de un manotazo dentro del megabolso.

La miro en la puerta recién abierta. Parece un suspiro de aire fresco. Lleva una camisa blanca y unos vaqueros más rotos que enteros. Descalza sobre la tarima flotante inmaculada. ¿Vas a pasar?, pregunta. Perdona, sonrío. Nos damos un par de besos formales. Quiero que todo vaya más deprisa. Estoy nerviosa y ella lo nota. ¿Una copa?, ofrece. Claro. Me llamo Marta. Alicia. Es raro esto, ¿no?, pregunto tontamente. Bueno, un día decidí trasladar mi desverguenza en el chat a la vida real. Sonríe. Tiene una sonrisa encantadora. El único problema son las convenciones, continúa. A ti parece que no te han afectado, ¿no Alicia?. Llámame Ali. La veo segura de sí misma. Me gusta la sensación. Cualquier otra actitud me habría defraudado. Quiero mostrarme sumisa. Dispuesta a ser guiada. . No, es verdad, hace tiempo que no me afectan, respondo apurando la copa. Tengo los labios mojados, ella los mira, luego me coge la mano. Estamos sentadas en dos taburetes, sobre la barra americana que separa la cocina del comedor. Tienes unas manos preciosas. La otra noche me fijé. A él le gustaba que tomara la iniciativa. Ahora hago lo contrario siempre que puedo. Dejo el trabajo de seducción al otro lado del corazón. Se inclina hacia arriba y me besa suavemente en los labios. Le respondo y entonces prolonga el beso, juega con la lengua buscando la mía, penetra y yo se la ofrezco. Su boca abierta se centra por fin en los labios. Los muerde con los suyos, le pasa la lengua. Un cosquilleo eléctrico me llega hasta los pezones. Tienen una conexión directa con los labios. Noto su mano sacarme la camisa por detrás de la falda. Meterla acariciándome la espalda, luego la va pasando hacia los pechos. Los aprieta. Noto calor. Se separa. Ven, me dice cogiéndome por la muñeca, decidida. La habitación está separada del comedor por un pequeño pasillo que se me hace interminable. Echa hacia atrás la colcha. La miro desnudarse, pero espero a que me quite la ropa. ¡Vaya!, exclama al ver que no llevo nada debajo. Venías preparada. No quiero hablar. Me tumba, se echa sobre mí, de lado. Abre las piernas y las mete entre las mías, apretando. Yo las abro completamente, pero luego tengo necesidad de cerrarlas sobre las suyas también. Entonces se levanta. Espero. Se sienta a horcajadas sobre mi cara. Veo cómo abre su coñito húmedo sobre mi boca. Saco la lengua, lo saboreo. Me siento rara, pero me da igual. Pongo mi lengua a su disposición. Ella desplaza su sexo sobre el apéndice. Gime. Abarco sus nalgas con mis manos. Cierro los ojos. Todo sucede agradablemente lento.

jueves, 10 de junio de 2010

Manuel


Soy una Alicia desconocida. Vivía en el país de las maravillas y he cruzado el espejo en la dirección inadecuada. Quizá me empujaron sin contemplaciones. Da igual.
Manuel, un compañero me advierte sobre Lola. Me ve vulnerable. Va a por ti, ahora que sabe que estás sola, va a por ti. Ten cuidado. Me hace gracia. Lola es de todo menos sutil. No oculta sus intenciones. Ella dice que Manuel es un pichatriste. Realmente tiene pinta de pusilánime. Sin embargo, él tampoco muestra inconveniente alguno en aprovechar el estado de brazos caídos que me atribuye. Se acerca agazapado tras las buenas intenciones. Hace unos días me hablaba, ahora me habla y me toca. Va avanzando, midiendo. Caricias travestidas. No me disgusta. Tampoco hace latir mi corazón esperanzado. Lo dejo avanzar. Sentir, pensar. Me quedo con sentir. Mira mis pechos. No llevo sujetador. Tiré las fotos, la vergüenza y el sujetador. Tengo unos pechos pequeños, pero unos pezones grandes. Antes me avergonzaba porque con el roce de la blusa se me ponían erectos y llamaban la atención. Ahora la vergüenza es una atadura que no estoy dispuesta a soportar. ¿Cómo estás hoy?. Pregunta. Me apetece que me consuele. Mal, digo cerrando los ojos. Comienza el baile. Coloca una mano sobre mi hombro. Me acerca, casi susurra. Puedes contar conmigo. Mi muslo queda entre sus piernas. Noto su pene. Él no se retira. Tampoco hace ningún otro movimiento. Investiga si ha sido fruto de la casualidad. Yo hago un gesto ambiguo con la cadera. Un roce que dibuja más claramente su miembro sobre mi pierna. Noto ligeros movimientos. ¿Tendrá una erección? Quiero que suceda. No sé cómo ha podido dejarte. No respondo. Eres tan agradable. Me aprieta suavemente y entonces se acentúa la presión. No hago nada por evitarlo. Él tampoco. Sigue confundido. Noto que comienza una erección pero entonces se retira un poco, temeroso. Yo no lo busco, pero me apetece abrir mis muslos, meterlos entre sus piernas y frotarme. No sé si es adecuado. En esa eternidad que sobrevuela el despacho los dos, la voz de Lola desde la puerta nos devuelve a la cotidianeidad.

martes, 1 de junio de 2010

Ana



Después de la ruptura, mis amistades se aprestaron a apoyarme. Yo los dejé ejercer su tarea impagable. Una vez un psicólogo me dijo que en situaciones como esta había que desenroscar la cabeza y dejarse llevar. De forma que ahora no sabría muy bien poner en pie los sitios, las conversaciones, los roces, las intenciones,.. Estaba aunque no era. Cuando tienes el laberinto en la cabeza es difícil disfrutar del momento. Reduje las expectativas y puse el cuerpo lo más arreglado que pude a disposición del personal. No falté ni un día al trabajo. Apenas comí ni dormí, pero no abandoné. Mi compañera se veía más libre para coquetear conmigo abiertamente, para abrir brecha entre él y yo, por si quedaba alguna esperanza.


Si tuviera que describir lo que más me ayudó tendría nombre de amiga. Aunque tuvimos durante un tiempo juegos en forma de trío con una desconocida, yo no había sentido nada más allá de lo que me proporcionaba en esos momentos. Pero desde que salí del apartamento de Ana, el proceso de desenredar la madeja se fue quedando aparcado a favor de unas emociones que no imaginaba poder tener.

Iba por la calle con unas ganas locas de llamarla. Aguanté el tiempo suficiente para llegar a casa, ducharme y tumbarme en la cama relajada. ¿Qué había significado aquel beso? No me atreví a preguntárselo directamente. Sólo le dije que me había hecho sentir muy bien, que al menos ahora me sentía de manera diferente, con pensamientos diferentes, confusa pero contenta,...blablabla.... ella escuchaba. Yo quería que me dijera algo, pero apenas asentía al otro lado. Perdona, no te dejo hablar. No me atrevo, dijo. Un silencio. ¿Y ahora?, pregunté. Me da miedo perderte como amiga. En todo caso, seremos amigas y lo que queramos ser además. De pronto, me descubrí con ilusión. No sé si por ella o por tomar conciencia de que podría volver a amar, a sentir,.. Nos vemos mañana. Sí, claro. Un beso. Chao.


Me quedo tumbada en la cama, con el albornoz y mi cuerpo a medio secar. Imagino cómo serán esos labios bajando suavemente. Abro las piernas esperando a que lleguen. Él sabía cómo me gustaba. Conocía los ritmos, el momento en que me gustaba sentir su calor. Los dedos húmedos entrando despacio. Mezclo los deseos con los recuerdos. A ella con él. Él, qué lejano, qué cerca aún.